Edulcorantes y obesidad
Publicado 15 de noviembre de 2015, 13:14
Cómo ingerir menos calorías y engordar. O cuando restar…suma!
Jorge Roig (2015)
La procura de una silueta con menos grasa forma parte del objetivo de un muy elevado número de personas, propósito que cada vez tiene más adeptos en ambos sexos y en las más diversas edades. Ya señalaba sobre esto recientemente en otro artículo. Hoy es otra la razón que me propone nuevamente esta forma de inicio.
A la hora de tomar iniciativas para intentar reducir el volumen graso que se posee, quizás la más urgente decisión que se asume es la de incorporarse a una de las tantas dietas hipocalóricas en el convencimiento de que si en el organismo entran menos calorías de las que se gastan, esa diferencia a favor de la pérdida calórica redundará en la reducción de la masa grasa. Ahora bien, es tan así? Veamos que hay de nuevo como para aceptar que no siempre ingerir menos calorías (o directamente no consumirlas) significa perder grasa. Algunas veces, por el contrario, significa acumularla.
Como bien se sabe, el exceso de nutrientes suministrados al organismo en forma persistente puede estimular el depósito de ellos en los adipocitos favoreciendo la acumulación de los mismos bajo la forma de triglicéridos y esto poder conducir al sobrepeso o la obesidad. En el estudio de cómo es que sucede la orden para que el excedente de la ingesta se acumule en el tejido graso, algunos datos muy interesantes como para tener en cuenta acá merecen ser considerados. Veamos.
Es conocido que en nuestra boca, especialmente en la lengua y el paladar, hay sensores del sabor que informan al cerebro sobre el tipo de alimento que hemos ingerido. Las papilas gustativas son portadoras de estos receptores, entre los que se encuentras aquellos que identifican el sabor dulce. Interesantemente, estos sensores también se encuentran en otros órganos, como por ejemplo en páncreas e intestinos, los cuales una vez sensibilizados por el alimento ingerido generará liberación de hormonas a los efectos de desencadenar una respuesta sobre lo que se ha consumido. Si analizamos la glándula pancreática por ejemplo, el reconocimiento del “sabor dulce” del alimento produce la liberación de insulina con el propósito de almacenar el excedente del mismo, el que eventualmente puede también generar hiperglucemia (Nakagawa Y., et al. Sweet taste receptor expressed in pancreatic β-cells activates the calcium and cyclic AMP signaling systems and stimulates insulin secretion. PLoS One 2009).
Que la insulina tiene efecto adipogénico está por demás demostrado, como también lo es que posee un impacto antilipolítico. Su acción sobre determinadas enzimas (fosfodiesterasa, ACC, LHs, etc) es una clara demostración de su función a este nivel. Como se expresó antes, la estimulación de ciertos receptores (los llamados T1R2 y T1R3) son los que generan entre otras acciones, la descarga de la hormona pancreática y ello finalmente desencadenar un efecto lipogénico en los adipocitos. En esta consideración entonces, es esperable que aquel tipo de alimentos que tengan potencia insulinémica accionarán negativamente sobre la lipólisis y positivamente sobre la lipogénesis. Relativamente a estas respuestas, algo por demás significativo está siendo estudiado con extremo interés por su impacto sobre la obesidad. Se han descubierto nuevos receptores del “sabor dulce” que no son los antes mencionados pero que responden a ciertos edulcorantes, entre ellos a la conocida sacarina, el aspartamo y el acesulfame de potasio o AceK. En todos los casos, el efecto final al sensibilizar a dichos receptores es el mismo, la lipogénesis y la inhibición de la lipólisis. Simplificando, ciertos edulcorantes favorecen la acumulación de grasas, pero también la inhibición de su utilización. (Simon B, et al. Artificial Sweeteners Stimulate Adipogenesis and Suppress Lipolysis Independently of Sweet Taste Receptors The Journal of Biological Chemistry 2013).
Menudo descubrimiento este, porque advierte de un impacto insospechado de los edulcorantes no solo a nivel de los adipocitos sino que además tiene influencia sobre el metabolismo energético, porque finalmente favorecería la vía de utilización de los azúcares ahorrando grasas.
Dada la notabilidad de esta revelación, y especialmente por la estrategia utilizada desde hace ya varios años para reducir la obesidad como es el uso de edulcorantes no nutritivos, cabe la reflexión relativamente al impacto negativo que podría tener en la obesidad actual el abuso en el consumo de endulzantes artificiales. En esto incluso ya han advertido algunos investigadores que pusieron en la mesa de análisis el tema, señalando que en verdad los fuertes consumidores de edulcorantes pueden estar frente a un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad. (Dergance J. M., et al. Potential mediators of ethnic differences in physical activity in older Mexican Americans and European Americans: results from the San Antonio Longitudinal Study of Aging. J. Am. Geriatr. Soc 2005).
Respecto de lo anterior, hay algunos investigadores incluso que sostienen la hipótesis de que estos endulzantes artificiales son capaces de “engañar” al cerebro respecto de la real densidad calórica de lo que la lengua está percibiendo como algo muy dulce y ello incluso llegar a desencadenar mayor consumo de alimentos, aumento en la liberación de insulina y, finalmente, incremento del peso corporal (Swithers S., et al. High-intensity sweeteners and energy balance. Physiol. Behav 2010).
Cuando comenté hace ya un tiempo que el beber agua deshidrata, la reacción no fue la mejor en quienes me escuchaban. No espero otra respuesta diferente cuando advierto que los edulcorantes podrían ayudar a ser obesos a quienes los utilizan.
Para reflexionar…