El aporte reducido de proteínas en los ancianos
Publicado 5 de septiembre de 2017, 11:23
Un camino rápido para estimular la sarcopenia y otros males mayores asociados a la misma.
Jorge Roig (mayo de 2017)
Es bien conocido que la pérdida de la masa muscular (sarcopenia) se acompaña de la reducción en la fuerza (dinapenia), todo lo cual puede conducir al deterioro de la capacidad funcional de la persona y ello coronarse en el temido síndrome de fragilidad en los ancianos.
Si bien las causas de la sarcopenia son multifactoriales, no puede negarse trascendencia al aporte de nutrientes, especialmente de las proteínas, ya que estas definen el sostenimiento de la masa muscular en la medida que el equilibrio entre la síntesis y la degradación (proteostasis) se mantenga estable.
Entre los factores que tienen una incidencia muy importante en el advenimiento de la sarcopenia en los adultos mayores, ha sido documentado el protagonismo que representa la reducción de la capacidad anabólica proteica en esas edades, sea ella por la limitada respuesta que los individuos mayores tienen a la síntesis de proteínas, como también a la carga contráctil, tan claramente disminuida en esta fase etaria. Así, y desde el conocimiento de que generar proteínas musculares depende del aporte del referido nutriente en cantidad, calidad y momento, y esto a su vez estar vinculado a la estimulación del músculo por una determinada carga a vencer, va quedando un campo más claro sobre las razones que ayudan a padecer sarcopenia, así como cuáles podrían ser los caminos más adecuados para atender al músculo favoreciendo la síntesis de sus proteínas para contrarrestar la dominancia catabólica en los ancianos.
No es reciente la información respecto del papel de recambio de proteínas (turnover) en la sarcopenia relacionada con la edad. Diversos autores, como Yarasheski y colaboradores y Welle y su equipo, informaron que el deterioro muscular en los ancianos es debido a una disminución en las tasas basales de síntesis proteica miofibrilar (MPS). También ellos advierten que las tasas basales elevadas de degradación de proteínas (MPB), o bien una combinación de ambos procesos, resultan finalmente en un balance proteico neto negativo, lo que estimula la pérdida de músculo. Sus trabajos concluyen en que la evidencia sugiere que la sarcopenia relacionada con la edad es el resultado de tasas sintéticas basales más lentas, con un balance neto de proteínas más negativo en los ancianos, manifestándose ya luego de los 60 años de edad, en comparación con los adultos jóvenes (Yarasheski KE, et al. Acute effects of resistance exercise on muscle protein synthesis rate in young and elderly men and women. Am J Physiol. 1993); (Welle S, et al. Myofibrillar protein synthesis in young and old men. Am J Physiol. 1993).
De suma importancia es el aporte de Trappe y colegas al respecto. En sus trabajos, dirigidos a analizar a los marcadores humorales de proteólisis miofibrilar, ellos documentan que los mismos fueron elevados tanto como un 50% en los ancianos, en comparación con los identificados entre los adultos más jóvenes.
Uno de los aspectos que menos relevancia ha tenido en la atención de esta problemática tan trascendente como es la sarcopenia, es el referido al aporte nutricional. En este punto, considerar las menguas en cuanto a la cantidad de proteínas que los adultos mayores consumen, así como el origen de las mismas, merece un espacio de sumo interés en el análisis. Por ejemplo, hay evidencia que alrededor del 40% de los sujetos de 70 años o más no ingiere lo sugerido por la RDA (recomendaciones dietéticas recomendadas) de proteínas (0,8 g / kg / día). Si analizamos que este valor ya ha sido cuestionado y documentado el error de esta indicación porque subestima entre un 41 y un 50% las necesidades reales (Elango R. et al. Evidence that protein requirements have been significantly underestimated, Current Opinion in Clinical Nutrition and Metabolic Care 2009,), parece necesario reconsiderar no solo cuál es el déficit diario que el anciano tiene sino advertir cuánto debe ingerir, al menos, para no favorecer la sarcopenia.
Quizás analizar algunas cuestiones propias de la vejez sea el comienzo en este punto. Así por ejemplo, hay aspectos fisiológico-digestivos que se establecen tan solo por atravesar las edades avanzadas de la vida. Al respecto, es importante comprender que problemas odontoestomatológicos definen criterios de elección nutricional en los viejos. Así, quien padece una reducción de piezas dentarias, por ejemplo, se define más por aquellos alimentos de digestión facilitada, como bien pueden ser los constituidos especialmente por carbohidratos, antes que por los que se encuentran ricos en proteínas, como es el caso de las carnes. En este punto es muy interesante la comprobación realizada por Sheiham y colegas, quienes documentaron que los sujetos que tienen menos de 20 piezas dentarias presentan un déficit nutricional respecto a quienes presentan mayor número (Sheiham A, Steele JG, Marcenes W et al. The relationship among dental status, nutrient intake, and nutritional status in older people. J Dent Res 2001).
A la cuestión anterior debe también agregársele otras en donde la fisiología gastro-entérica muestra diferencias y deficiencias. Así por caso, los adultos mayores presentan un vaciamiento gástrico disminuido asociado a una contractilidad de la vesícula biliar menor y también a niveles más elevados de la hormona colecistoquinina (CCK). El enlentecimiento del vaciamiento gástrico quizás responda a la incapacidad de la vesícula hepática de poder entregar la suficiente bilis para emulsionar las grasas y por ello limitar la salida del contenido desde el estómago. Y en ello también esté participando la CCK, la que responde a la cantidad de alimento que llega al estómago de manera de ser suficientemente liberada cuando el mismo está pleno, generando así estímulos saciantes y más duraderos (Di Francesco V., Zamboni M., Dioli A., et al. Delayed postprandial gastric emptying and impaired gallbladder contraction together with elevated cholecystokinin and peptide YY serum levels sustain satiety and inhibit hunger in healthy elderly persons. Journals of Gerontology—Series A Biological Sciences and Medical Sciences. 2005). Esto también, como es de imaginar, influye en la cantidad neta de alimento a ingerirse por día, la que será menor.
Al presente, y a pesar de la infundada advertencia sobre el vínculo entre la ingesta “elevada” de proteínas a cualquier edad, pero muy especialmente en estas poblaciones, recientemente Bauer y colegas dan evidencia que para sujetos de edad avanzada, la cantidad de proteína a consumirse se ubica alrededor de 1,25g/kg/día a fin de evitar la sarcopenia ( Bauer J. Et al. Evidence-based recommendations for optimal dietary protein intake in older people: a position paper from the PROT-AGE Study Group. Journal of the American Medical Directors Association. 2013).
Unido a lo anterior, el aporte desde la ciencia se ha extendido bastante más allá en este punto, advirtiéndose que asociada a la proteína a incorporarse van ciertos aminoácidos, en particular los de cadena ramificada (BCAA) para la prevención y el tratamiento de la sarcopenia (van Kan G. A. Epidemiology and consequences of sarcopenia. The Journal of Nutrition, Health and Aging. 2009). También el aporte adecuado de otros nutrientes como antioxidantes, vitamina D y de omega-3. Y además también otros suplementos dietéticos, tales como el beta-hidroxi-metilbutirato (HMB) y la creatina para el tratamiento de la sarcopenia.
Concluyendo, y casi como una frutilla sobre el postre de crema, recientemente ha sido publicado en la Revista Nefrología un notable trabajo concretado en pacientes dializados (Gracia-Iguacel. C et al.. Prevalence of protein-energy wasting syndrome and its association with mortality in haemodialysis patients in a centre in Spain. Nefrología, 2013). En el mismo se concluye lo siguiente: “El presente estudio observacional subraya la alta prevalencia de Desgaste Proteico-Energético (DPE) en pacientes en hemodiálisis. Solo el criterio “pérdida de masa muscular” (aumento del catabolismo proteico) se asoció a un incremento de mortalidad. En esta problemática, la desnutrición proteica y calórica, y la pérdida de masa muscular, aparecen entre los detonantes de la reducción importante en la expectativa de vida. En el mismo se advierte que la desnutrición proteica asociada a la sarcopenia acaban por ser fuertes predictores de la mortalidad en estas poblaciones de sujetos con enfermedad renal.