Microbiota intestinal, ejercicio y sarcopenia. Parte 1

Publicado 17 de febrero de 2020, 12:22

Microbiota intestinal, ejercicio y sarcopenia. Parte 1

Hay consenso en cuanto a que la sarcopenia se manifiesta tanto con la reducción de la masa muscular como del rendimiento funcional, lo que es el resultado del catabolismo proteico aumentado y/o un estado de resistencia anabólica. También existe acuerdo respecto a que uno de los pilares de la prevención y el tratamiento de la sarcopenia es promover una nutrición apropiada, tal como lo refieren Robinson y colegas (Robinson S.M., et al. Does nutrition play a role in the prevention and management of sarcopenia? Clin. Nutr. 2017). Y en este punto, Ticinesi y su grupo de trabajo afirman que la ingesta adecuada de proteínas, vitamina D, nutrientes antioxidantes y ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga representan nutrimentos que pueden contrarrestar la resistencia anabólica, promover la síntesis de proteínas y modular la inflamación, evitando con ello las consecuencias perjudiciales para las células musculares (Ticinesi A., et al. Nutrition and inflammation in older individuals: Focus on vitamin D, n-3 polyunsaturated fatty acids and whey proteins. Nutrients. 2016). También Deutz y colegas se expresan sobre estas cuestiones al advertir que la ingesta de proteínas recomendada para adultos mayores con desnutrición o sarcopenia es incluso superior a la de sujetos jóvenes sanos. En ellos puede llegar hasta 1.5g/kg/día (Deutz N.E., et al. Protein intake and exercise for optimal muscle function with aging: Recommendations from the ESPEN Expert Group. Clin. Nutr. 2014). Y Marzetti agrega además la importancia del ejercicio en esta problemática de salud. El investigador advierte que el entrenamiento de fuerza puede promover la diferenciación y proliferación de las células satélite musculares, la eficiencia metabólica de las mitocondrias y la capilaridad muscular aportando más oxígeno, entre otras mejoras, dando como resultado así un anabolismo mejorado y una sensibilidad a la insulina aumentada (Marzetti E., et al. Physical activity and exercise as countermeasures to physical frailty and sarcopenia. Aging Clin. Exp. Res. 2017).

Un párrafo especial merece la microbiota intestinal (MI) en todo esto, ya que ella es el primer filtro a superar por todo lo que ingerimos, pero también y por eso, lo que llegue al músculo puede afectarlo positiva o negativamente, ya que su capacidad selectiva depende de los microorganismos que la constituyan. Al respecto, es sabido que la MI cuenta con alrededor de 100 mil millones de microorganismos, entre bacterias, virus, hongos, y otros componentes. Esto representa 10 veces el número total de células del cuerpo humano. Existen diferencias interindividuales en la composición de la misma, siendo los principales determinantes en ella la alimentación y los factores ambientales. Distintos trabajos de investigación afirman que la MI estaría estrechamente relacionada con la salud y la enfermedad, e incluso algunos recientemente han propuesto que el ejercicio físico tendría el potencial de modificarla, con lo que promovería el bienestar de la persona por ese medio.

Vale considerar acá que la microbiota constituye una composición microbiana específica en el huésped (la persona que la porta), evoluciona a lo largo de la vida del individuo, y de enorme interés a tener en cuenta es que ella puede ser cambiada por estímulos tanto exógenos como endógenos, entre ellos el ejercicio, como se verá seguidamente. Sobre lo anterior hay algunas líneas de investigación que avalan que si bien la actividad física debidamente planificada produce un incremento en la diversidad de la microbiota, una alimentación inadecuada acciona en sentido contrario y además limita los beneficios que podrían instalarse por el ejercicio. Lo interesante es que este proceso puede darse en sentido contrario, tal como lo han documentado recientemente Denou y colegas. Estos investigadores afirman que el entrenamiento de alta intensidad evitó la aparición de la disbiosis de la MI asociada a la obesidad, manteniendo alta la biodiversidad en general en modelos de ratones tratados con dietas ricas en grasas para inducir una acumulación de tejido graso (Denou E., Marcinko K., Surette M.G., Steinberg G.R., Schertzer J.D. High-intensity exercise training increases the diversity and metabolic capacity of the mouse distal gut microbiota during diet-induced obesity. Am. J. Physiol. Endocrinol. Metab., 2016).

Varios trabajos han comparado la MI en deportistas y sujetos sedentarios. Entre ellos está el de Clark y su equipo, quienes vieron que los atletas de rugby estudiados tenían una biodiversidad de su microbioma significativamente más alta que los sujetos de control. Y también documentaron que ello se correlacionó con la ingesta de proteínas en la dieta (Clarke S.F., et al. Exercise and associated dietary extremes impact on gut microbial diversity. Gut. 2014).

Analizando aspectos del rendimiento expresado como el VO2max., Yang y colegas dieron evidencia que en las mujeres premenopáusicas el mismo se correlaciona positivamente con la composición de la microbiota (Yang Y. et al. The association between cardiorespiratory fitness and gut microbiota composition in premenopausal women. Nutrients. 2017). Ello también había sido advertido por Estaki y su equipo en jóvenes sanos (Estaki M., et al. Cardiorespiratory fitness as a predictor of intestinal microbial diversity and distinct metagenomic functions. Microbiome. 2016). Incluso Shukla documenta que el entrenamiento adecuado se vincula con la recuperación parcial de la disbiosis intestinal asociada con la encefalitis miálgica/ síndrome de fatiga crónica (Shukla S.K., et al. Changes in gut and plasma microbiome following exercise challenge in myalgic encephalitis/chronic fatigue syndrome (ME/CFS) PLoS ONE. 2015).

Es de notarse que la diversidad de la MI va dando evidencia en buena medida de la salud y la aptitud, correlacionándose positivamente esa concordancia. Ello también ha sido confirmado recientemente por análisis realizados en la microbiota fecal de ciclistas competitivos en investigaciones concretadas por Petersen y colaboradores (Petersen L.M., et al. Community characteristics of the gut microbiomes of competitive cyclists. Microbiome. 2017).

Recientemente varios estudios han descrito una relación entre la MI y la masa muscular, a la que se la ha visto mediada por las proteínas de la dieta. De estas derivan, por participación de bacterias intestinales, los ácidos grasos de cadena corta (AGCC), quienes accionan favorablemente en la captación de glucosa y el metabolismo así como en la promoción de la sensibilidad a la insulina (Kimura I., et al. The SCFA receptor GPR43 and energy metabolism. Front. Endocrinol. 2014). Pero además, y mediante la regulación al alza del receptor de sirtuina 1, modulan a través de este a la biogénesis mitocondrial, tal como lo ha documentado Radak en algunos de sus estudios (Radak Z., et al. Oxygen consumption and usage during physical exercise: The balance between oxidative stress and ROS-dependent adaptive signaling. Antioxid. Redox Signal. 2013). Y en este vínculo también, Vaiserman advierte que una baja cantidad de bacterias productoras de AGCC en la MI se ha asociado con un aumento de la inflamación crónica, Vaiserman A.M., et al. Gut microbiota: A player in aging and a target for anti-aging intervention. Ageing Res. Rev. 2017). Son estos AGCC los que en la actualidad están siendo centro de estudios muy importantes porque además se les está viendo un protagonismo en el mantenimiento de la masa muscular y en la fuerza. De ello veremos más detenidamente en la parte 2 del presente artículo.