​Microbiota intestinal, ejercicio y sarcopenia. Parte 2

Publicado 17 de febrero de 2020, 12:23

​Microbiota intestinal, ejercicio y sarcopenia. Parte 2

En la parte 1 de este artículo hacía referencia a un vínculo importante que se ha observado entre la MI y la masa muscular, al punto de que esa conexión, de tener algunas alteraciones, podía afectar el desarrollo del musculo así como de la fuerza. De esta manera, tanto el tejido como su función se ven alterados y ello, como bien se sabe, tiene un multi impacto en la salud necesariamente.

También se mencionaba allí que una especial mirada se le da hoy al ácido graso de cadena corta (AGCC) representado por el butirato, debido a que él es responsable de la activación de varias vías reguladoras (entre ellas por ejemplo, la UCP2-AMPK-ACC y PGC1-α), aumentando con ello la producción de ATP y la eficiencia metabólica de las miofibras. Pero además el butirato protege contra el catabolismo de las proteínas estimulando también el anabolismo a nivel muscular (Walsh M.E., et al. The histone deacetylase inhibitor butyrate improves metabolism and reduces muscle atrophy during aging. Aging Cell. 2015). Este AGCC es formado en nuestro organismo por bacterias intestinales, las que pueden estar deficitarias en las personas por diferentes razones, entre las que se destacan el tipo de alimentación, la edad y el ejercicio. Sobre este último punto trataremos acá muy especialmente.

Para comenzar, debe recordarse que la ingesta de proteínas tiene un efecto anabólico sobre el músculo, lo que no solo protege su deterioro sino también posibilita su crecimiento cuando se acciona en sinergia con el ejercicio físico. Interesantemente, se sabe que este efecto puede estar mediado por la MI (Ni Lochlainn M., Bowyer R.C.E., Steves C.J. Dietary protein and muscle in aging people: The potential role of gut microbiome. Nutrients. 2018). Al respecto, en un reciente ensayo controlado aleatorio realizado en 38 personas con sobrepeso graso, los cuales recibieron durante 3 semanas un suplemento isocalórico que contenía caseína, proteína de soja o maltodextrina como control, la suplementación con proteínas resultó en un cambio significativo del metabolismo bacteriano hacia la degradación y fermentación de aminoácidos. Desde esta consideración, se concluye que la MI puede contribuir a promover el anabolismo proteico en el huésped como consecuencia de incrementar la biodisponibilidad de aminoácidos, con lo que además estimula la secreción de insulina potenciando así la capacidad de respuesta en el músculo esquelético (Beaumont M., et al. Quantity and source of dietary protein influence metabolite production by gut microbiota and rectal mucosa gene expression: a randomized, parallel, double-blind trial in overweight humans. Am J Clin Nutr 2017).

No obstante lo anterior, el impacto que tengan las proteínas en la MI puede depender, además del tipo de proteína que se consuma, también de la propia microbiota, la que como ya se expresó, tiene características particilares al huesped (Liao Y., et al. Prospective views for whey protein and/or resistance training against age-related sarcopenia. Aging Dis. 2019). Acá vale considerar lo sostenido por Blachier y colegas, quienes advierten que las dietas altas en proteínas se asocian generalmente con consecuencias perjudiciales para el ecosistema del microbioma intestinal, posibilitando el crecimiento excesivo de ciertas bacterias (Bacteroidetes) a expensas de otras (Bifidobacterias) que favorecen la salud al ser las generadoras de butirato, de relevante función antiinflamatoria y anabólica proteica (Blachier F., et al. High-protein diets for weight management: Interactions with the intestinal microbiota and consequences for gut health. A position paper by the my new gut study group. Clin. Nutr. 2019). Bajo estos aspectos conocidas, Ticinesi afirma que debe consumirse una cantidad adecuada de proteínas con alto valor biológico, como la proteína de suero de leche por su conocido efecto sobre el equilibrio anabólico y la inflamación, así como aportar vitamina D y ácidos grasos omega 3 (Ticinesi A., et al. Nutrition and inflammation in older individuals: Focus on vitamin D, n-3 polyunsaturated fatty acids and whey proteins. Nutrients. 2016)

De acuerdo a lo observado hasta aquí, al eje intestinal-muscular se lo aprecia asociado al rendimiento físico y también con un rol fundamental durante el envejecimiento, tal como lo describen Cerdà y su equipo de trabajo (Cerdà B., et al. Gut microbiota modification: Another piece in the puzzle of the benefits of physical exercise in health? Front. Physiol. 2016). Así, alteraciones negativas de la MI han estado reflejadas en la reducción de la fuerza, en el aumento de la fragilidad y en la velocidad de la marcha. De interés acá es traer el trabajo reciente de Román y colegas, quienes dieron evidencia de que el aporte de probióticos a 36 personas con cirrosis mejoró ciertas capacidades físicas deterioradas, como es el caso de la fuerza y la velocidad de marcha ( Román E., et al. Effect of a multistrain probiotic on cognitive function and risk of falls in patients with cirrhosis: A randomized trial. Hepatol. Commun. 2019). De destacar es que la fragilidad y la movilidad están asociadas a diferentes grados de disbiosis y no necesariamente al envejecimiento. Esto porque aquellas personas identificadas como portadoras de un envejecimiento exitoso y clasificadas como centenarias, exhiben una composición de microbiota fecal que coincide con la de los adultos sanos (Tuikhar N., et al. Comparative analysis of the gut microbiota in centenarians and young adults shows a common signature across genotypically non-related populations. Mech. Ageing Dev. 2019).

Respecto de lo anterior, también se ha considerado que más allá del eje intestinal-muscular hay una conexión de la MI con el sistema nervioso central que puede ser también responsable de la pérdida de la velocidad de la marcha. Al respecto sostiene Ticinesi y su equipo (Ticinesi A., et al. Gut microbiota, cognitive frailty and dementia in older individuals: A systematic review. Clin. Interv. Aging. 2018) y también Calvani y colegas (Calvani R., et al, Of microbes and minds: A narrative review on the second brain aging. Front. Med. 2018) que la MI puede influir en la fisiología del cerebro debido a que las bacterias intestinales producen neurotransmisores como el ácido γ-amino butírico, la noradrenalina y la dopamina, así como también modulan la producción de serotonina en el huésped, lo que afectaría directamente al cerebro y su conexión con el músculo a través de un cierto control de los estímulos motores.

En todo esto también cobra un especial protagonismo el ejercicio físico como modulador de la composición de la MI mejorando la biodiversidad, lo que acciona promoviendo un mejor estado de salud, tal como lo han expresado recientemente Allen y su equipo (Allen J.M., et al. Exercise alters gut microbiota composition and function in lean and obese humans. Med. Sci. Sports Exerc. 2018). También Barton y colegas muestran que el comportamiento sedentario se asocia con disbiosis, crecimiento excesivo de patógenos y con alteraciones funcionales del microbioma (Barton W., et al. The microbiome of professional athletes differs from that of more sedentary subjects in composition and particularly at the functional metabolic level. Gut. 2018).

A pesar de lo mucho que falta transitar estos posibles vínculos entre la microbiota y el músculo, al menos al presente ya las conexiones acá expuestas obligan a tener una mirada más amplia, cuidadosa y holística a la hora de analizar la prescripción del ejercicio, el estado nutricional e incluso el medioambiente que se habita. Y ello porque la MI y ciertas formas de ejercitación corporal pueden ser el primer escudo de defensa ante el deterioro orgánico, haya no o envejecimiento de por medio.