Mioquinas y adipoquinas buscando su equilibrio a través del ejercicio. Un juego donde el músculo y la grasa suman salud o enfermedad

Publicado 15 de diciembre de 2019, 15:57

Mioquinas y adipoquinas buscando su equilibrio a través del ejercicio. Un juego donde el músculo y la grasa suman salud o enfermedad

Hay suficiente evidencia sobre la importancia del ejercicio en el territorio de la salud y de la enfermedad. La indicación de diferentes asociaciones involucradas con las Ciencias Médicas de que se considere su rol al actuar favorablemente sobre el organismo humano son una clara muestra de cuantos estudios existen avalando su necesidad. De reconocer también es que el concepto “ejercicio” se lo confunde con demasiada frecuencia con “actividad física”, y ello obliga casi sin reparos a no dimensionar la importancia de la dosificación del mismo. Así, la prescripción se confunde con indicación y en ese contexto lo que falta entonces es la razón primaria de los cambios que podrían buscarse en la biología de quien recibe al estímulo. Aclaremos alguna cuestiones al respecto.

Resulta de interés señalar que el mantenimiento de proporciones de masa muscular y tejido graso adecuados tienen su impacto en la salud, toda vez que ambos tejidos son responsables de producir proteínas que actúan tanto localmente como a distancia. En este aspecto, las interleuquinas liberadas por el músculo y el tejido graso también accionan entre ambos tejidos estableciendo una comunicación (cross talk) que bien puede garantizar un estado de salud o de enfermedad como veremos. Esto significa que cuando las mioquinas (MQ) se liberan del músculo esquelético en respuesta al ejercicio, alteran la función metabólica de otros tejidos, particularmente WAT, favoreciendo estados de salud deseables, algo que no se muestra de la misma forma cuando las que se incrementan son liberadas desde el adipocito hipertrofiado.

Respecto de lo anterior, hay estudios que afirman que la contracción de los músculos esqueléticos favorece la liberación de MQ como la irisina, que puede alterar el fenotipo del tejido adiposo blanco (WAT) llevándolo al tipo beige, lo que se reconoce como una alteración hacia un modelo celular graso con facultades termogénicas además de las energéticas, producto de contener un tipo de mitocondrias portadoras de la proteína UCP1. Esta es responsable de “desconectar” al ciclo de Krebs del sistema transportador de electrones (SET), con lo que la energía producida entonces es liberada como calor sin direccionarse a la resíntesis de ATP, como acontece obligadamente en el WAT. Esta forma de adipocito mixto, funcionalmente hablando, tiene las características del que forma el tejido adiposo blanco y también del marrón (BAT), por lo que es capaz de generar energía desde las grasas en la contracción muscular pero también durante el reposo, ampliando así la reducción de este tejido. Y esto tiene una validez de relieve para la ciencia, porque de alguna manera cuida el excedente graso si lo hubiera y, por ello, controlaría la producción de adipoquinas (AQ), muchas de ellas asociadas fuertemente con patologías.

Hay buena evidencia que las adaptaciones del músculo esquelético incluyen un mejor control glucémico por incremento en la translocación y expresión de los GLUT4, una actividad mitocondrial aumentada, así como de una mayor capacidad para absorber y oxidar grasas como combustible. Sumado a lo anterior, también se reconoce un incremento de las MQ inducidas por el ejercicio en la circulación, lo que las muestra potenciando la acción al actuar en forma endocrina (Dong J, et al. Inhibition of myostatin in mice improves insulin sensitivity via irisin-mediated cross talk between muscle and adipose tissues. Int J Obes (Lond) 2016).

Diversos trabajos han identificado varias MQ liberadas del músculo esquelético durante el ejercicio que pueden causar una formación de WAT subcutáneo (scWAT) de particular interés. Al respecto se dio evidencia de que en esta acción hay varias MQ comprometidas con la salud, favoreciéndola (Stanford KI, Goodyear LJ. Exercise regulation of adipose tissue. Adipocyte. 2016). Entre las inducidas por el ejercicio se incluye justamente la irisina, a la que se le adjudica la capacidad de generar scWAT con modificación de células adiposas blancas hacia su forma beige. En este punto, Bostrom y colegas mostraron que después de 10 semanas de entrenamiento, la irisina plasmática aumentó dos veces, lo que contribuye significativamente, según los autores, a la aparición de scWAT (Bostrom P, et al. A PGC1-α-dependent myokine that drives brown-fat-like development of white fat and thermogenesis. Nature. 2012).

Para considerar especialmente acá es que en varios trabajos de investigación ellos han mostrado un rol central de la intensidad del ejercicio en la producción y liberación de irisina. Así por ejemplo, He y colegas informan que los niveles de esta MQ están más elevados con intensidades del 85% del VO2max concretados en ejercicios de características interválicas que con aquellos de alrededor del 53% realizados en forma continua (He Z, et al. Myokine/Adipokine Response to "Aerobic" Exercise: Is It Just a Matter of Exercise Load?. Front Physiol. 2019).

La relevancia de la irisina también se aprecia al considerarse que ella depende de la proteína PGC-1α, la que se sobreexpresa por ejercicio de intensidades del 75% del VO2max. En este contexto, la línea de acción puede leerse como un proceso que involucra a ejercicios intensos que comprometen fibras rápidas, las que estimulan la fuerte activación de PGC-1α y ella a su vez, tal como lo señala Bostrom, la generación de irisina. Esta finalmente es liberada al torrente circulatorio acabando en la elevación del gasto energético en el scWAT a través de la activación de los adipocitos beige (Bostrom P., et al. PGC1-alpha-dependent myokine that drives brown-fat-like development of white fat and thermogenesis. Nature. 2012).

Se ha documentado también que la irisina estimula la captación de glucosa y el metabolismo de los lípidos mediante la activación de la AMPK. Interesantemente esta MQ participa en el crecimiento muscular al inducir el IGF-1, pero además suprimiendo a la miostatina, la que se sabe inhibe el crecimiento muscular (Huh J.Y, et al. Exercise-induced irisin secretion is independent of age or fitness level and increased irisin may directly modulate muscle metabolism through AMPK activation. J. Clin. Endocrinol. Metab. 2014).

Comprender la relevancia que esto tiene obliga a pensar que hay todo un sistema que quiere buscar su punto de salud incrementando la masa muscular (o controlar su pérdida) y reduciendo el tejido graso. Y ello a su vez fuerza a considerar que la desproporción de estos tejidos cuando la misma se presenta a favor de una fracción de masa grasa superior a la muscular, propio de la obesidad, la diabetes, la inactividad, la sarcopenia y el envejecimiento, por ejemplo, no pueden mostrarse de otra forma que no sea bajo la óptica de la tendencia a la enfermedad o la justificación del por qué la padece quien ya la posee. De esta manera, pareciera existir un eje PGC-1α / UCP1, el que necesariamente involucra a la irisina, a las mitocondrias y en su conjunto a un tipo de fibra muscular que se activa por intensidades elevadas, lo que compromete necesariamente a las rápidas, reduce el tamaño de los adipocitos y, finalmente, al volumen tejido graso. Justamente por esto es que no se cuida al organismo, y mucho menos se la mejora, aumentando diariamente la dinámica corporal. Porque en términos de salud, realmente, “activarse no es ejercitarse” y aquí entonces la intensidad del ejercicio lleva su especial consideración.