​Otra vez la caminata en análisis

Publicado 16 de diciembre de 2017, 17:05

​Otra vez la caminata en análisis

Otra vez la caminata en análisis

Qué hay de ella en relación a la sarcopenia y la resistencia a la insulina?

Jorge Roig (diciembre 2017)

Debo admitir que se instala un cierto revuelo entre los defensores de las caminatas cada vez que algo publico sobre las limitaciones de tal actividad a la hora de mejorar la salud. Muy probablemente esto tenga que ver con el bienestar que algunos sienten frente a esta actividad, lo que no está en causa, valga destacarlo. Sin embargo creo que si ella es propuesta como “la mejor opción” por los que han abrazado a la medicina como profesión, y especialmente si estos siguen estancados en el siglo pasado, deberán presentar argumentos más sólidos, y especialmente de tenor científico, que permitan exceder la máxima que han instalado de que “hace bien”.
Como es plenamente conocido e incuestionable, el músculo esquelético es el tejido más importante en la absorción de glucosa, representando aproximadamente el 75% de la captación de azúcar en todo el cuerpo, estimulada por insulina (Corcoran MP, et al. Skeletal muscle lipid deposition and insulin resistance: effect of dietary fatty acids and exercise. Am J Clin Nutr. 2007). En razón a esto, resulta de enorme importancia la consideración de la sarcopenia en las personas, porque esta patología implica reducir la cantidad de músculo que se posee y, por ello, tener menor capacidad para responder a la carga imprescindible de glucosa a su interior. Expresado en otra forma, la sarcopenia es un posible factor de riesgo para la resistencia a la insulina (RI) al reducirse la cantidad de músculo y, junto a ello, de receptores de insulina.
Respecto de esto último, es de sumo interés tener en cuenta acá que la sarcopenia no se define tan solo por 1) la pérdida de la masa muscular, sino además por 2) la disminución de la fuerza que a ella pueda estar asociada así como 3) a la velocidad reducida en la marcha. Y la importancia de considerar esto es el hecho de conocerse que el vínculo entre la RI y la sarcopenia no es el mismo para las 3 condiciones mencionadas. Así, no todos los criterios para diagnosticar sarcopenia serán adecuados a la hora de analizar al músculo como un órgano regulador de la glucosa en sangre. Y este aspecto no es menor, por cuanto estaremos enfrentando una patología con cuestiones más puntuales que generales, como veremos, porque habrá que decidir qué hacer desde el ejercicio para tener reales beneficios y no tan solo hacer algo en el convencimiento de que ellos aparecerán por contraer músculos.
Si analizáramos por ejemplo al índice de masa muscular (IMC) de una persona, en ella dos cosas se desconsideran, cuánto de tejido graso y de tejido muscular existen. Y este “pequeño detalle”, es porque diferentes autores han dado evidencia que cuando se ajusta debidamente el peso corporal o el IMC, la mayor masa muscular y fuerza se asocian a menor RI (Barzilay JI, et al. Insulin resistance is associated with decreased quadriceps muscle strength in nondiabetic adults aged > or =70 years. Diabetes Care. 2009). Esta consideración es de alta importancia, tal como lo afirma Peppa y colaboradores, al sostener que la asociación entre un elevado IMC bien puede estar vinculado a un excedente de masa grasa, la que sí tiene una asociación positiva con la RI (Peppa M, Koliaki C, et al. Skeletal muscle insulin resistance in endocrine disease. J Biomed Biotechnol. 2010).
Analizando a la masa muscular, ella se expresa de diferentes formas a la hora de cuantificarla. Así por ejemplo, la masa muscular relativa expresa, en porcentaje, a la masa muscular dividida por la masa corporal total (Janssen I, et al. Low relative skeletal muscle mass (sarcopenia) in older persons is associated with functional impairment and physical disability. J Am Geriatr Soc. 2002). O también como la masa muscular apendicular (suma de masa muscular de brazos y piernas) dividida por el peso corporal total y expresado en porcentaje (Estrada M, et al. Functional impact of relative versus absolute sarcopenia in healthy older women. J Am Geriatr Soc. 2007). En esta consideración, es de destacar que la masa muscular relativa es el mejor predictor de RI, tal como lo señalan y demuestran en sus trabajos Bijlsma y colegas (Bijlsma AY, et al. Diagnostic criteria for sarcopenia relate differently to insulin resistance Age (Dordr. 2013). Esta asociación inversa entre la masa muscular relativa y la RI ya había sido observada por Srikanthan y Karlamangla en un trabajo previo al de Bijlsma (Srikanthan P, Karlamangla AS. Relative muscle mass is inversely associated with insulin resistance and prediabetes. Findings from the third national health and nutrition examination survey. J Clin Endocrinol Metab. 2011). Y algunas investigaciones más dan impulso a considerar debidamente a la masa muscular en su contexto. Tal el caso del de Lee y su equipo, que han encontrado que la masa muscular absoluta, sin ajustar para la masa corporal, se asocia positivamente con mayor RI en análisis transversales (Lee CG, et al. Association between insulin resistance and lean mass loss and fat mass gain in older men without diabetes mellitus. J Am Geriatr Soc. 2011).
Analizando lo anterior, se sostiene al presente que la masa muscular relativa más baja está más fuertemente asociada con la RI, ya que otras consideraciones para definir la sarcopenia no corrigen la grasa corporal. Tampoco reflejan la fuerza ni la velocidad al caminar, el papel del tejido muscular como órgano interno regulador de la glucosa, tal y como fue también dado en evidencia por el trabajo de Bijlsma.
El tema a considerar entonces es cómo y cuándo se pierden fibras musculares y unidades motoras específicas de manera de poner a la caminata en análisis. Acá las respuestas desde la ciencia no solo están suficientemente bien documentadas, también tienen bastantes décadas de vigencia en las publicaciones científicas. Veamos. Las unidades motoras (UM) (motoneurona más el conjunto fibrilar muscular por ella inervada), y dentro de estas inexorablemente las rápidas, se pierden por envejecimiento y/o por desuso. Descontando que el envejecimiento es irreversible, el control de la pérdida de UM puede, hasta cierto punto, ser atacado. El tema es que justamente para que esto último se logre, deben inexorablemente ser estimuladas dichas UM rápidas, las que se están perdiendo. El sedentarismo, el envejecimiento, la obesidad, la RI, la diabetes y numerosas patologías más, muestran a estas con una sarcopenia asociada. La caminata, mal que le pese a sus adoradores, en el mejor de los casos estimula las UM lentas, al costo del abandono de la estimulación de las UM rápidas, causa principal que mostrará su deterioro primero y luego su pérdida inexorable. No hay que ir lejos para documentarse que los músculos de sedentarios o del adulto mayor no solo son reducidos en masa muscular, lo son en fibras musculares rápidas. Cualquier libro o artículo científico que trate al respecto lo mostrará en gráficas.
Disminuir el número de UM rápidas no solo es perder fibras musculares, es sacar del músculo las fibras que se muestran como un gran reservorio glucogénico y, claro está, altamente ricas en receptores de insulina y GLT4, el transportador de glucosa por excelencia en las fibras musculares y, recordarlo, responsable de ingresar glucosa desde la circulación al interior fibrilar.
Caminar es perder fibras rápidas, porque no son justamente ellas las que se estimulan. Y caminar es también no cambiar nada a favor de la fisiología humana, porque ello no implica una velocidad y un volumen que quizás pudiera algo garantizar a favor de la salud. Los cambios fisiológicos positivos reclaman de una intensidad, de una duración, de una frecuencia y de una repetición como estímulo de entrenamiento determinado en la semana, como mínimo. Todo lo demás que no considere esto es para la televisión, pero no para las fibras rápidas y por ello para la salud, señores de la medicina televisiva