Peso corporal estable

Publicado 26 de septiembre de 2015, 15:24

Peso corporal estable

Cuando lo que se pierde no se ve y lo que se gana se oculta en la balanza

Jorge Roig (2015)

Que todavía existen muchos profesionales pesando “pacientes” no es novedad, como tampoco lo es el hecho de seguir dándole importancia a la información de la balanza como si continuáramos viviendo en el siglo de la tablita “Peso/altura” en el ámbito del conocimiento (ni qué hablar si a esto además se lo incluye en la ecuación para clasificar por BMI, otra práctica muy utilizada en el territorio de la Nutrición clínica, especialmente). Para recordar es que el origen de la famosa tabla adherida a muchas balanzas de farmacias (justo en estas, que curioso!) fue la empresa estadounidense de seguros Metropolitan Life Insurance Company, diseñándola a los efectos de generar un contrato de seguro de salud y no justamente para mejorar cuestiones asociadas a la alimentación y la actividad física. Finalmente, ella consideró al ciudadano de EEUU promedio, por lo que no está claro qué hacemos nosotros sometiéndonos a sus ponderaciones y lo que aun es peor, aceptándolas.

Distintos estudios advierten que una vez alcanzada la edad adulta, de no concretarse cierta forma de ejercitación corporal se desencadenará una disminución del corte transversal del músculo de aproximadamente un 40% entre 20 y 60 años de edad. Hughes destaca justamente que esta pérdida es dos veces mayor en el hombre que en la mujer en este período (Hughes Va, et al. Longitudinal changes in body composition in older men and women: role of body weight change and physical activity. Am J Clin Nutr. 2002).

Además de la pérdida de masa muscular, Forbes afirma que un adulto promedio puede esperar ganar aproximadamente ½ kg de grasa al año entre los 30 y 60 años de edad (Forbes GB. Longitudinal changes in adult fat-free mass: influence of body weight. Am J Clin Nutr.1999). Así, y sin equivocarse en los cálculos, en esos 30 años podrían adquirirse unos 15 kg de grasa, nada para desconsiderar si se conoce que se ha perdido en músculo cerca de un 36% en el mismo período de tiempo.

Respecto de lo anterior, Waters destaca un aspecto prácticamente desconsiderado por muchísimos profesionales vinculados a la salud, cuando advierte que este cambio en la composición del cuerpo es a menudo enmascarado al observar un peso corporal estable que bien puede resultar en una condición conocida como obesidad sarcopénica, lo que finalmente aumenta aún más el riesgo de discapacidad, morbilidad y mortalidad (Waters DL, et al. Advantages of dietary, exercise-related, and therapeutic interventions to prevent and treat sarcopenia in adult patients: an update. Clin Interv Aging. 2010).

Detrás de un “elogio” a un “saludable” peso corporal que no varía, pero asociado a ello un franco sedentarismo y/o una actividad física inapropiada, hay una manifiesta ignorancia profesional oculta en la lectura de esta realidad que se muestra presente en muchas personas. Al respecto, existe suficiente evidencia que esta condición de sarcopenia se observa muy frecuentemente vinculada a varios procesos que han sido identificados como susceptibles de contribuir al desarrollo de la pérdida de músculo, incluyendo un estado hormonal alterado (hormonas en baja como la de crecimiento, estrógenos y testosterona), aumento de la producción de citoquinas pro-inflamatorias, pérdida de motoneuronas, disfunción mitocondrial, acelerada apoptosis mionuclear, así como una alteración en la función de las células satélites (Marzetti E, et al.. Sarcopenia of aging: Underlying cellular mechanisms and protection by calorie restriction. BioFactors. 2009).

Desconocer esto debiera ser considerado como una inadmisible ineptitud de quien se mueve en el territorio de la salud humana dado que en este punto, al menos, la incompetencia se mezcla entonces con la mala praxis y ambas acaban con la calidad de vida de las personas que les confiaron su salud. Al presente existe incluso el reconocimiento de diversos biomarcadores que pueden acercar, desde diferentes aspectos, una adecuada información sobre la posibilidad de estar frente a un status sarcopénico, por lo que no es serio afirmar que esta problemática no es fácilmente reconocible. Así, actualmente se reconocen los siguientes biomarcadores que posibilitan definir la sarcopenia en alguien, tal y como los muestran el trabajo de Cesari y su equipo (Cesari M, et al. Biomarkers of sarcopenia in clinical trials. Recommendations from the International Working Group on sarcopenia. J Frailty Aging. 2012):

1. Los que consideran la masa muscular (Antropometría, Bioimpedancia, DEXA, TAC, RMN, Ecografía, Miografía)

2. Aquellos que refieren a la función muscular (Rendimiento físico, Fuerza muscular, discapacidad)

3. Los llamados mecanismos de confusión biológica (inflamación, daño oxidativo, nivel de antioxidantes, parámetros nutricionales, niveles hormonales y factores de crecimiento, etc)

De acuerdo a lo descrito, continuar analizando la información de la balanza para definir el “estado saludable” de una persona solo pone en evidencia que quien tiene a esto como guía terapeutica bien podría incluso incurrir en el deseo desmedido de ver sus conquistas profesionales y el rápido llenado de su cuenta bancaria a partir de cualquier estrategia que muestre la reducción de números en la báscula. Justamente aquí, un muy conocido médico mediático venido a nutricionista (sin serlo, como es obvio y habitual) niega a sus pacientes cualquier práctica de entrenamiento de fuerza porque estas modalidades de ejercicio “aumentan el peso corporal” y ello afecta sus objetivos de “pesar menos”. La inmunidad galénica en el arte de la medicina no pocas veces conduce a la impunidad ante el mal ejercicio de la profesión. Este es tan solo un caso. El resto se acumula en los ámbitos de la formación profesional.

Para reflexionar…