¿Sentadilla? Posiblemente no sea la cuestión…

Publicado 22 de abril de 2014, 12:50

¿Sentadilla? Posiblemente no sea la cuestión…

Uno de los debates que, probablemente, suscite mayor atención y al tiempo desate sorprendentes reacciones a la hora de afrontar la discusión (llegando en ocasiones a acalorados y apasionados enfrentamientos), es aquel que se relaciona con la denominada “sentadilla” o “squat”, especialmente en lo que se refiere a la “profundidad” de la misma.

Aunque ya veremos que el origen del problema no justifican muchos de estos debates, en ocasiones la “defensa” de unas u otras posturas , en lugar de basarse en la evidencia existente o la exposición de determinadas hipótesis, sobre las que desarrollar un argumento y avanzar en su análisis, estudio e investigación, se convierte en un enfrentamiento (algo que nos aleja de la ciencia, la evolución y el buscar siempre la mejora en nuestra labor respecto a la prescripción de ejercicio) mostrando posiciones radicales (como si todo se redujese a “vender” o defender una marca o producto por encima de todo argumento o criterio), convirtiendo la discusión en un “conmigo o contra mi”.

El presente texto no aborda la cuestión con un ánimo de abrir nuevos debates, ni tan siquiera profundizar en el mismo (a este respecto decidimos desde hace muchos años en nuestra institución omitir opiniones personales, ceñirnos a posicionamientos profesionales y limitarlos a la elaboración de textos con el mayor rigor posible, así como a la exposición de los argumentos en el marco de la docencia), por lo que intentaremos exponer alguna reflexión siempre basada en la información existente y que, posiblemente, bien pueda ser de ayuda a formar y desarrollar criterios más sólidos a los especialistas y profesionales, bien puedan ser puntos sobre los que acceder a nuevas informaciones por medio de la interacción y el intercambio en este magnífico lugar que es G-SE. No existen posiciones a favor o en contra de ninguna postura (no haría falta siquiera aclararlo, pero nunca estará de más), sino la intención de facilitar el máximo de información para garantizar una más criteriosa intervención en el ámbito de la prescripción de ejercicio.

En primer lugar, quisiéramos resaltar (dado que resulta tremendamente llamativo) que muchas de las discusiones surjan entorno a determinados “ejercicios” , lo cuáles poseen unas características y denominación muy específica (y posiblemente debido a que dicha especificidad es fruto del propio contexto desde el que se origina o aplica). De esta forma la “sentadilla” o “squat”, el “jalón polea”, “el peso muerto”, “las elevaciones laterales” o “pájaros” (y podríamos seguir exponiendo mil y una denominaciones, en ocasiones a cual más llamativa e insólita) (Heredia et al., 2014), implican el ejecutar ciertos movimientos o acciones articulares desde una secuencia establecida y supeditada a unos parámetros concretos que definen a dicho “ejercicio” (cuando en realidad deberíamos atender a la propia definición del término “ejercicio”, para prescribirlos en relación a la capacidad, necesidad y objetivos sin que existan tales condicionantes previos).

La verdadera cuestión gira entorno a si aquellos movimientos y rangos articulares que componen dicha acción, garantizan una óptima relación entre el beneficio (eficacia) y el potencial riesgo (seguridad) considerando la misma respecto a todas la variables que concretan y definen a dicho ejercicio (Heredia, Isidro, Chulvi, Mata, 2011). El problema no será nunca uno u otro “ejercicio”, por poner un ejemplo, sería como plantearque el problema para una persona que sea alérgico a una sustancia sea el tomar un determinado complejo o comida y, por tanto eliminarla, cuando bastaría con eliminar simplemente la sustancia no tolerada y disfrutar de todo cuanto aporte el resto de elementos o componentes.

Por tanto la discusión no solo no radica en la “sentadilla” o en cualquier otro ejercicio y tampoco en si éstos son o no desaconsejados o contraindicados (aunque negar la posible existencia de la misma es, en esencia, otro sin-sentido, esto ya fue tratado anteriormente, ver aquí, sino en desarrollar adecuados criterios, basados en la evidencia existente, para seleccionar los ejercicios en función del objetivos y necesidades del cliente, paciente, deportista. Dicha información debe ser elaborada desde una perspectiva mucho más amplia que la circunscrita a publicaciones en el ámbito de la ciencias del ejercicio y ramas como la ingenieria médica, bioingeniería, la ergonomía, medicina del trabajo etc, pueden proporcionarnos una valiosa, rigurosa y determinante información con vistas a elaborar y establecer unos criterios mucho más sólidos respecto a estos factores, en relación a la selección de ejercicios.

Actualmente nuestro grupo de trabajo se encuentra desarrollando la fundamentación, en base a evidencias, de los criterios para poder progresar hacía una más adecuada selección de ejercicios, especialmente en el ámbito de la salud. Para ello se están definiendo las variables de relación a nivel de eficacia (que normalmente se relacionará con, por ejemplo, el nivel de activación muscular) y seguridad (que vendría determinada por la relación entre el estrés y el umbral de tolerancia de los tejidos implicados en tales acciones). Este criterio podría establecerse en base a una ratio que permitiese considerar la relación entre ambas variables y definir la idoneidad de un determinado ejercicio en el contexto de un programa de entrenamiento específico para un objetivo concreto. Posiblemente podamos tener todos estos datos y publicarlos a finales de este verano de 2014.

Pudiera ser que, por ejemplo, en una acción de flexo-extensión de tobillo-rodilla-cadera como el que caracteriza el denominado ejercicio de “sentadilla”, se deba atender a las evidencias en relación a la efectividad para, por ejemplo, incrementar la fuerza en acciones relacionadas con tal patrón y la tolerancia (seguridad) de las estructuras articulares involucradas a lo largo de todo el rango de movimiento (ROM). Sobre estas últimas variables se suscitan discusiones sobre si puede ser más adecuado realizar una flexión máxima de rodilla o una “media sentadilla” (es decir limitar el ROM a aproximadamente 90º de flexión). Esta discusión se ha tornado también especialmente arbitraria e interesada ya que, a nuestro parecer y tras una profunda revisión, no parecen existir argumentos ni evidencias suficientes para aconsejar tal “limitación” a 90º, como tampoco lo parece para aconsejar la utilización de una flexión máxima de rodilla. Observamos una tendencia en la literatura existente hacia rangos de movimiento donde las estructuras toleren y sean capaces de responder de forma positiva (y ni mucho menos parece se puede establecer de una limitación exactamente en esos 90º) y también la existencia de cierto conflicto y posible incremento del riesgo cuando tal acción implica una flexión máxima de rodilla. De toda esta literatura no se debería extraer una conclusión precipitada, sino más bien el conocimiento de esta información que garantice una toma de decisiones mucho más criteriosa y responsable.

En la literatura es posible encontrar un sinfín de publicaciones sobre esta cuestión, con opiniones controvertidas en una u otra dirección y que no muestran un conflicto de intereses (no queremos decir con ello que las haya podido haber) pero si hemos encontrado algunas limitaciones y sesgos en muchos de estos trabajos que deberían conducirnos a cierta reflexión. Resulta llamativo por ejemplo, como ciertos análisis y revisiones sistemáticas donde se ha utilizado una metodología aparentemente correcta, muestran claras limitaciones a la hora, bien de establecer los filtros de búsqueda, los criterios de inclusión o incluso a la hora del análisis y exposición de los resultados, donde muchas conclusiones o recomendaciones pueden llegar incluso a sobrepasar a la posible información extraida de todo este análisis en una clara muestra por enfatizar las mismas, llevándolas más allá y constituyendo un elemento de distorsión y conflicto en relación al trabajo presentado (Hartmann & Klusemann, 2013). Pese a lo cual entendemos que estas publicaciones pasan oportunas y rigurosas revisiones por parte de los editores de las revistas y son de tremendo interés por cuanto aportan al debate y análisis de las diferentes cuestiones*.

* Si todo esto puede llegar a ocurrir en algunos estudios científicos, donde se aplica una rigurosa metodología y se establece un preciso protocolo de revisión, imaginemos qué puede estar ocurriendo en la actualidad donde nos encontramos con una auténtica avalancha de información en forma de blogs, webs, etc, donde en muchas ocasiones no es posible ni tan siquiera encontrar un mínimo de referencias bibliográficas que permita profundizar y analizar de una manera más detallada sobre lo expuesto. Nadie estamos exentos de poder cometer errores o sacar conclusiones precipitadas o poco afortunadas, pero esa probabilidad se multiplica de manera importante cuando la fuente de la que generamos tal información no reúne un mínimo de condiciones y características concretas que todos deberíamos conocer.

No se puede, de otra manera entender, como se obvian importantes estudios que relacionan la repercusión sobre el raquis lumbar, de la posición en la que se sitúa el mismo en una acción de flexión máxima de rodillas, como la realizada en una sentadilla de las denominada “profunda” (aunque no es el objetivo del presente documento) (Cappozzo et al, 1985, Cholewicki & Van Vliet, 2002, McGill, 2007, Knudson, 2007, Granata & Wilson, 200, Gunning, Callaghan, McGill, 2001) o las importantes investigaciones donde se muestra que dicha flexión máxima de rodilla puede tener implicaciones significativas a largo plazo para la función mecánica y la integridad estructural de dicha articulación (Thambyah, 2008), sugiriendo algunos estudios en el ámbito de la biomecánica que la capacidad de algunas estructuras, como los cartílagos articulares de la rodilla, poseen una cuestionable capacidad para soportar cargas durante la flexión máxima. Los resultados de muchos de estos estudios biomecánicos sugieren que la adecuación de cartílago articular para soportar cargas en la articulación de la rodilla durante la flexión profunda puede ser cuestionable (Tambayah, Goh & Das De, 2005, Freeman& Pinskerovad, 2005, Hezfy, Kelly & Cooke, 1998). Además ello viene siendo considerado tanto por parte de ciertos órganos competentes, especialistas y áreas relacionadas con la prevención de lesiones, en relación a cierta evidencia con respecto a aquellos puestos de trabajo donde pudiesen existir demandas que puedan ser resueltas en tales posiciones (Cooper, McAlindon, Coggon, Egger, Dieppe, 1994, Coggon, Croft, Kellingray, Barrett & McLaren, 2000, Sandmark, Hogstedt & Vingσrd, 2000, Yoshimura, Nishioka, Kinoshita, Hori, Nishioka & Ryujin, 2004, Suri, Morgenroth & Hunter, 2012)

Pero aún resulta más sorprendente encontrar argumentos que son expuestos con una cierta dosis de insconsciencia (en la mayoría de los casos, se realiza sin tener un mínimo de datos respecto a estas cuestiones) para justificar (e insistimos que sin entrar a valorar si de forma acertada o no) determinadas posturas o posiciones (como si cambiar o renovar los presupuestos respecto a ciertos aspectos relacionados con las ciencias del ejercicio supusiese algo poco recomendable cuando, sin lugar a dudas, es una de las actitudes y tareas más recomendables para cualquier profesional).

De esta forma argumentos como “ponerse en cuclillas es un gesto natural en el ser humano”, “observa la capacidad de los niños para sentarse en cuclillas, deberíamos ser capaz de reproducirlo”, “la sentadilla profunda es una acción incluso cultural, los orientales adoptan mayoritariamente estas posturas y no resulta un problema para ellos (no tienen más problemas por ello)”…Podríamos seguir exponiendo argumentos (al cual incluso más extravagante) pero sin pretender profundizar en exceso en ninguno de ellos, nos centraremos en intentar mostrar cierta reflexión hacia la precaución a la hora de realizar ciertas afirmaciones, centrándonos en una de estas afirmaciones, en concreto la que relaciona dos cuestiones:

1. La adopción de posturas en “cuclillas”, o flexión de rodilla máxima con aspectos culturales.

2. Negar la posible relación entre dicha acción con un mayor o menor riesgo para la articulación de la rodilla (no entraremos a valorar la cuestión raquídea, que merecería también un capítulo aparte).

La primera relación es incuestionable y queda reflejado en numerosos estudios (curiosamente en la mayoría de los que aparecerán aquí citados). Pero por el contrario, la segunda relación debería ser expuesta con algo más de cautela si hacemos una breve revisión de la literatura existente (aunque la demostración de hecho la debería realizar aquel que lo afirma aportando la información y evidencias existentes para hacerlo).

De esta forma, resulta llamativo, como se puede encontrar en algunos estudios que, pese a un menor IMC, los sujetos de edad avanzada orientales tuvieron una prevalencia igual (en hombres) o mayor (en mujeres) de osteoartrosis (OA) de rodilla en comparación con sujetos occidentales (EEUU). Además dicha prevalencia es hasta dos veces superior cuando se refiere a OA de rodilla a nivel medial, posiblemente relacionado con factores morfológicos y estructurales. A este respecto algunos trabajos derivados de toda esta línea de investigación, muestran como en la sociedad oriental puede establecerse una asociación y relación directa entre el tiempo de exposición a esta postura de flexión máxima de rodillas y un mayor riesgo de OA, siendo además establecido como una causa más que probable de estas diferencias en la prevalencia de OA a nivel interracial (Zhang et al, 2001, Yoshida et al, 2002, Zhang et al, 2002, Felson et al, 2002 , Zhang et al, 2004, Thambyah, 2008, Murakiy et al, 2009). De igual manera, existen algunos trabajos que aportan información relevante incluso para exponer una relación entre ponerse en cuclillas y la disminución de la anchura mínima del espacio articular y una mayor área de osteofitos en la rodilla (Murakiy et al., 2011)

De esta forma, la cuestión a tratar no es tanto la idoneidad o no de un “ejercicio” (en su propia esencia el mismo muchas veces es seleccionado, como hemos dicho, en base a distintos parámetros que deberían ser criteriosamente valorados), sino considerar la relación de riesgo/beneficio para su aplicación y esa decisión es responsabilidad del profesional en ciencias del ejercicio, al tiempo que un derecho del entrenado, cliente, paciente, deportista. Por tanto es labor del profesional permanecer atento a la información existente entorno a estos aspectos (con adecuados criterios para filtrar, seleccionar y analizar dicha información, algo muy importante en el momento actual donde hay una gran cantidad de información de todo tipo circulando de manera muy accesible para todos) y especialmente, ser precavidos a la hora de exponer determinados argumentos (independientemente de si son a favor o en contra) , ante los que sería recomendable solicitar un mínimo de referencias y revisión de las mismas.

La otra opción es “creer” en el valor potencial de un “ejercicio”, “método”, “sistema”, por encima del rigor y las evidencias científicas, algo que es respetable pero peligroso cuando implique cuestiones relacionadas con el tema que nos ocupa, puesto que supeditaría nuestra labor profesional a una mera cuestión de fe.

Estamos seguros se podrá seguir alimentando un debate sano y positivo, que redunde en un flujo de información de enorme valor para el desarrollo de criterios para una más adecuada prescripción de ejercicio (quizás próximamente también reflexionemos un poco sobre la utilización adecuada o no de dicho término).


Juan Ramón Heredia & Guillermo Peña


Referencias bibliográficas

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