¿Cuál es la diferencia entre “programar” y “periodizar” el entrenamiento?

Publicado 15 de abril de 2021, 12:03

Juan José González Badillo, PhD

Juan José González Badillo, PhD

Consejero Científico

Respondió 16 de abril de 2021, 13:34

Al diseñar una programación, lo que hacemos es organizar de una manera concreta y detallada los elementos y factores que constituyen un plan de trabajo. En nuestro caso, el objetivo será mejorar las cualidades de fuerza para que contribuyan de una manera eficaz al logro del rendimiento específico en competición.

La programación es una forma de organizar múltiples actividades orientadas a lograr metas concretas, y por eso no tiene nada en común con la realización del entrenamiento de manera rutinaria, o a base de improvisaciones que no tengan detrás el apoyo de un plan que las justifique y delimite el margen de variación que podemos admitir sobre lo planificado. Esto quiere decir que la programación debe asegurar, por una parte, la unidad del proceso de entrenamiento y, por otra, la flexibilidad del mismo, como consecuencia del control y evaluación sistemáticos y frecuentes del propio proceso. La programación del entrenamiento diario la entendemos como una tarea integrada por múltiples sub-tareas, pero única como proceso, cuyo objetivo es la mejora del rendimiento del deportista, y que se expresa a través de una secuencia de esfuerzos debidamente ajustada en función de unos objetivos concretos y de las necesidades y posibilidades de entrenamiento del sujeto. Esta unidad del proceso de entrenamiento se cumple cuando se respeta dicha secuencia de esfuerzos programada. Pero para que esta secuencia se respete es necesario que también se dé la flexibilidad. La flexibilidad de la programación nos permite modificar la carga concreta programada (pesos, series y repeticiones por serie) para uno o varios días con el fin de que el esfuerzo realizado sea el previsto y no otro diferente. Es decir, modificamos la carga objetiva (carga propuesta) para no modificar el esfuerzo real (carga real) programado. Aunque la modificación de la carga propuesta no garantiza necesariamente una mejora del programa ni, como consecuencia, del rendimiento, sino que permite mantener lo programado, la unidad de la programación Sólo la evaluación de los elementos del proceso de entrenamiento puede justificar las revisiones oportunas de la programación en marcha y de las que vayamos a realizar en el futuro. Por eso, la misión del entrenador como programador, más que determinar una serie detallada de actividades a llevar a cabo durante la práctica del entrenamiento, es una permanente tarea de estructuración, análisis y revisión constante de lo que está haciendo.

Dentro de las funciones propias del entrenador está la de observar diariamente la evolución de la forma del deportista, cosa que, sobre todo en el entrenamiento de fuerza, no se hace con frecuencia. Sólo si se realiza esta observación sistemática, verdadera fuente de experiencia del entrenador, se puede decir que se entrena a alguien. De lo contrario, sólo entrenamos a un modelo de deportista estándar o medio que pocas veces, o nunca, se corresponde con el deportista real. Esto tiene como consecuencia que las cargas programadas rápidamente dejarán de ajustarse a las verdaderas necesidades del sujeto, y, por tanto, el entrenamiento no será el programado.

Esta misma observación tiene también como objetivo analizar las variables que intervienen en el proceso, lo que nos permitirá descubrir las posibles conexiones o influencias recíprocas entre dichas variables y entre ellas y los resultados.

Si nos planteamos la tarea de entrenar de esta forma, estaremos en las mejores condiciones para comprender, aplicar y adaptar las aportaciones de la ciencia a nuestra práctica diaria. Esto, necesariamente, va a desembocar en la acumulación de una auténtica experiencia formativa, que es la que hace al entrenador mejorar su trabajo y sus conocimientos cada día.

Los efectos del entrenamiento sobre el rendimiento físico y deportivo surgen de la aplicación de una serie de estímulos organizados de tal forma que permitan un desarrollo suficiente de la condición física y de las habilidades propias de cualquier especialidad deportiva o tipo de rendimiento que se pretenda.

En este momento nos centraremos en el entrenamiento que habitualmente se considera como “entrenamiento de la fuerza”, aunque, como hemos indicado en capítulos precedentes, todos los entrenamientos orientados a la mejora de la condición física y a la casi totalidad de los rendimientos deportivos son propiamente entrenamientos de fuerza.

La organización del entrenamiento se lleva a cabo a través de una programación. Programación significa “idear y ordenar las acciones necesarias para realizar un proyecto” (Diccionario de la RAE). En el caso del entrenamiento deportivo, hace algún tiempo que la programación la hemos definido como la expresión de una serie o sucesión ordenada de esfuerzos que guardan una relación de dependencia entre sí. En esta definición están incluidos los conceptos que definen el término “programación”. “Idear”, porque pensamos en un “grado determinado de esfuerzo”, es una idea, que es lo que se programa. Pero además, estos esfuerzos son acciones que deben estar ordenadas, segundo concepto de la definición, y de manera interdependiente, para llevar a cabo el proyecto de desarrollar la condición física y deportiva del sujeto o grupo deportivo.

Sin embargo, en la literatura y en el argot del entrenamiento deportivo se utiliza con mucha frecuencia el término “periodización” para referirse a la organización del entrenamiento. Periodización significa “acción y efecto de periodizar”, y periodizar significa “establecer periodos para un proceso histórico, cultural, científico…” (DRAE).

Lo más llamativo es que el término “periodización” se utiliza como la solución al problema del entrenamiento, porque un entrenamiento “periodizado” se considera como “un proceso de entrenamiento que permite la utilización correcta de las cargas y los tiempos de recuperación para evitar la fatiga excesiva” o “la división del entrenamiento anual en fases apropiadas con el objetivo de alcanzar el pico de máximo rendimiento en el momento adecuado y predeterminado” o “el proceso a través del cual se manipula la intensidad y el volumen de la manera adecuada para que el atleta pueda alcanzar su máximo rendimiento en el momento adecuado minimizando el riesgo de lesión, estancamiento y sobreentrenamiento”.

Pero, naturalmente, la “periodización” por sí misma no asegura nada de esto. En el deporte, establecer periodos no garantiza realizar un buen entrenamiento. Es evidente que en un proyecto, dividir el proceso en periodos no garantiza que sea un buen proceso. Por ello, el término “periodización” no resulta útil y, además, no es adecuado para lo que pretende definir, porque “periodizar” no es la “organización de las actividades propias de un proceso (el entrenamiento)”, sino la división en periodos.

El término “programación”, o “programar”, es el que se ajusta a lo que realmente se quiere realizar, que es, como hemos indicado, “idear y ordenar las acciones necesarias para realizar un proyecto”. Por ello, el término adecuado sería “programación”. Aunque decir que se “ha programado” el entrenamiento tampoco asegura nada, pues la programación puede ser buena o mala. Sin embargo, el término es correcto. Su significado se corresponde con lo que se pretende hacer: “idear y ordenar las acciones”, que en este caso significa sobre todo organizar una secuencia de esfuerzos (cargas) para lograr el objetivo previsto, aunque esta secuencia no sea correcta y por ello no se consigan los objetivos. Por tanto, el término “programación” debería utilizarse en lugar de “periodización”. Esta propuesta está aún más justificada si tenemos en cuenta que cuando se habla de “periodización” lo que se quiere expresar es una forma de “programación”, de diseño de un programa para dirigir de manera sistemática y especificidad el entrenamiento y la variación del volumen y la intensidad para alcanzar los mejores resultados en el momento adecuado. Esto realmente sería una programación. El problema es que se tiende a introducir términos innecesarios sin reparar en su idoneidad.

Pero la cuestión se complica cuando en el lenguaje del entrenamiento también se utiliza el término “no periodizado”. Literalmente significaría que algo, suponemos que el entrenamiento “no se divide en periodos”. Si periodizar es dividir en periodos, no periodizar querría decir que se considera todo el proceso, del tipo que sea, como una unidad, sin cambios que justifiquen diferenciar unos momentos de otros, y por tanto se trataría de “un solo periodo”, en el que “todo ocurre o se hace igual”: es decir, todos los días se aplica la misma carga, el mismo estímulo, el mismo entrenamiento. Esta situación es poco realista, porque, por una parte, no se puede garantizar que se aplique siempre la misma carga, y, principalmente, porque a ninguna persona que se dedique a entrenar a otras personas para mejorar su condición física y deportiva se le puede ocurrir ignorar uno de los pocos principios o normas de la adaptación que se puede considerar como tal, como es el principio de la progresión de las cargas, y otro que, en parte, ya va incluido en el primero, que es la variabilidad de las cargas. Por tanto, esta distinción no parece muy útil. Aunque en la literatura se ha dedicado mucho espacio a comparar el efecto del entrenamiento “periodizado” frente al “no periodizado”. Generalmente, el “no periodizado” ha corrido siempre la peor suerte.