Ejercicio físico y Nutrición en Adultos Mayores. Una población descuidada.

Publicado 7 de enero de 2019, 9:45

Ejercicio físico y Nutrición en Adultos Mayores. Una población descuidada.

Lucía Guerrero (Lda. Ciencias Actividad Física y Deporte; Máster Prevención Lesiones y Readaptación y EP)

Laura L. Sánchez (Lda. en Biología; Gda. Nutrición Humana y Dietética; Máster Investigación Medicina Clínica)


El envejecimiento es un proceso natural donde todos los sistemas que componen el organismo van degenerándose y perdiendo su funcionalidad inicial y su capacidad de respuesta ante los cambios, por lo que se ve un incremento en el riesgo de desarrollar patologías crónicas, sufrir procesos infecciosos, así como sarcopenia, dinapenia u otros síndromes geriátricos, como el desarrollo de un síndrome de fragilidad1. Este último concepto engloba un estado geriátrico multidimensional caracterizado por la aparición de diferentes signos y síntomas que conllevan un aumento de la vulnerabilidad de la persona con una mayor posibilidad padecer eventos negativos sobre su salud.

La sarcopenia es uno de los elementos característicos de este síndrome. Se caracteriza por la progresiva atrofia del músculo con pérdida de fuerza y funcionalidad, siendo un proceso que se asocia frecuentemente con el envejecimiento viéndose un gran incremento en su aparición en personas de avanzada edad. Sin una intervención global, este proceso implica un mayor grado de dependencia, con un riesgo elevado de morbilidad y mortalidad2.

Uno de los factores más importantes que conlleva al desarrollo de este síndrome de fragilidad es la malnutrición, muy frecuente en adultos mayores debido a factores ambientales, cambios cognitivos, un descenso de la actividad física, etc., por lo que se ve incrementada la incidencia de patologías3. Se caracteriza por una pérdida involuntaria de peso y de la fuerza muscular, la reducción de la actividad física por incapacidad o un descenso en la velocidad al caminar, entre otros1,2. Por lo que un solo factor como puede ser una nutrición inadecuada, puede desembocar en una espiral de eventos que se retroalimentan entre sí, haciendo que la persona cada vez se mueva menos, disminuya su necesidad de alimentarse y por ello empeore su estado de salud.

Los requerimientos nutricionales varían dependiendo de la etapa del ciclo vital en la que esté la persona, viéndose unas necesidades diferentes en los adultos considerados mayores, que se acentúan cada vez más conforme avanza la edad. Esto es debido al proceso de envejecimiento antes mencionado que modifica las características metabólicas y fisiológicas2.

En la actualidad, la ingesta de proteínas cada vez adquiere una mayor relevancia a la hora de preservar el estado de salud, debido a la importancia funcional de este macronutriente. Una ingesta inadecuada de proteínas puede incrementar el estado catabólico, así como se ha visto que más allá de la aparición de sarcopenia por el descenso de la masa magra, puede estar relacionado con un empeoramiento de la capacidad cognitiva, la memoria y el posible desarrollo de demencia. Sin embargo, todavía existe cierta controversia en cuanto a los requerimientos proteicos que tiene esta parte de la población, pudiendo ser necesario un aumento, siendo recomendable, hasta ahora 0’8 g/Kg/día. Algunos estudios muestran un posible efecto beneficioso del incremento de este rango a 1.0-1.5 g/kg, siempre y cuando no haya patologías renales o hepáticas asociadas, para no sobrepasar la capacidad metabólica del organismo. Este aumento puede verse relacionado con un descenso de la fragilidad, de la pérdida de masa magra o de la aparición de dinapenia, entre otros2.

Un meta-análisis realizado a partir de estudios observacionales donde se compararon dietas con contenido variable de proteínas mostró una posible relación positiva entre el consumo de cantidades altas (³ 1 g/kg/día) y muy altas (³1.2 g/kg/día) de proteínas en adultos mayores con una mejora en la funcionalidad de los miembros inferiores y una mejora de la movilidad, respectivamente.

Debido a una disminución en la capacidad de síntesis de proteínas relativo al envejecimiento, las personas de edad avanzada pueden no responder de la misma forma a la ingesta de pequeñas cantidades de aminoácidos esenciales, viéndose que una disponibilidad mayor de los mismos, en especial de leucina, puede estar relacionado con una mejora del proceso anabólico. Además, algunos estudios longitudinales muestran una mejora en el mantenimiento de la masa magra, con descenso del riesgo de fragilidad con ingestas de 1 g/kg/día de proteínas, frente a las recomendaciones actuales de 0.8 g/kg/día. Así mismo, algunas investigaciones muestran mejoras en el mantenimiento del estado de salud en el adulto mayor que sigue dietas con ingestas superiores de proteínas a 1 g/kg/día, siendo todavía necesario ampliar los estudios relativos a este tema para poder sacar conclusiones mucho más precisas y contrastadas.

Más allá de las mejoras en las capacidades físicas del individuo, se ha podido ver que el aumento de las recomendaciones diarias de ingesta de proteínas tiene como resultado una mejora a nivel cognitivo y de la función neural. La aparición de demencia no forma parte del proceso de envejecimiento, sino que es un síndrome con un deterioro cognitivo global, pérdida de memoria y pudiendo afectar al lenguaje o la ejecución de funciones, etc. Además, estas personas tienen una tendencia mayor a la pérdida de peso y, debido a la afectación cognitiva, es posible la aparición de cambios en el sistema olfatorio, con un aumento del riesgo de malnutrición por pérdida de apetito e interés por los alimentos. El efecto deletéreo de esta malnutrición afecta de la misma manera a adultos mayores sanos o con otras patologías, aumentando la pérdida de masa muscular con el incremento en el riesgo de morbilidad y mortalidad ya mencionado4. Se ha visto una gran relación positiva entre un aumento en el IMC de personas con demencia y el descenso del riesgo de mortalidad. Por otra parte, también se ha comprobado que el déficit de algunos micronutrientes pueden estar relacionados con el desarrollo de procesos cognitivos, es por ello tan importante ajustar la dieta a las necesidades nutricionales individuales4.

Uno de los puntos de vista a tener en cuenta a la hora de prescribir un aumento en la ingesta proteica o de otros nutrientes de la dieta es el estado de salud del individuo. Se ha visto que la respuesta a este incremento difiere entre aquellos adultos mayores sanos y los que padecen ciertas patologías crónicas, inflamación o, incluso, de la ingesta de vitaminas, por lo que todavía queda mucho por investigar y es muy necesario se desarrollen estudios más profundos para poder ajustarse a unos requerimientos individuales y personalizados, tanto de proteínas como de otros nutrientes.


Las enfermedades crónicas no transmisibles figuran entre las principales contribuyentes en la carga de la enfermedad derivada de los factores de riesgo modificables conductuales, y en el que las personas de 60 años o más representan casi el 25% de la misma. La población está experimentando un aumento considerable de la expectativa de vida, y vivir más tiempo no implica necesariamente tener una mejor salud que las generaciones anteriores, ya que esta transición demográfica se asocia con un aumento de las este tipo de enfermedades.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su informe más reciente sobre el envejecimiento saludable, lo define como “el proceso de desarrollo y mantenimiento de la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez”. Si bien existe una falta de consenso con respecto a la definición de envejecimiento saludable, la comunidad científica ha tratado de identificar aquellos factores que permitirán a las personas envejecer física y mentalmente de manera saludable. Existen varios factores de riesgo modificables que podrían reducir la muerte prematura, prevenir la morbilidad y la discapacidad, y mejorar la calidad de vida y el bienestar, contribuyendo al aumento de la probabilidad de un envejecimiento saludable. De hecho, la comprensión de la morbilidad podría lograrse mediante intervenciones exitosas en las etapas tempranas de la vida, ya que gran parte de las discapacidades actuales son el resultado de un estilo de vida inadecuado5.

La pérdida de fuerza y la atrofia muscular se asocian con limitaciones en la movilidad, caídas, fracturas, pérdida de autonomía y mayor mortalidad. Las caídas, las patologías asociadas a las mismas y el miedo a caer son comunes en los adultos mayores y el número de caídas y lesiones relacionadas incrementa exponencialmente a medida que aumenta la edad. Uno de los factores clave en la ocurrencia de caídas es, en particular, un bajo nivel de fuerza muscular. La sarcopenia, como se introdujo anteriormente, desempeña un papel principal en el desarrollo de la fragilidad y el deterioro funcional en individuos de edad avanzada, de modo que la discapacidad resultante podría llevar a la institucionalización en los asilos de ancianos y a un mayor número de hospitalizaciones de las personas mayores. Por lo tanto, es considerada un factor importante en el desarrollo del deterioro funcional y la dependecia, con cambios cruciales en la vida que afectan a su calidad, así como en la morbilidad y mortalidad6.

Los mayores cambios en el tejido muscular con respecto a un declive dependiente con la edad tienen lugar entre la 6º y la 7º década de la vida. Aunque las pérdidas de fuerza y masa muscular que acontecen con el envejecimiento constituyen un proceso continuo, la disminución se acelera después de la 5º década de la vida. Si bien, la pérdida de fuerza a partir de los 60-70 años abarca aproximadamente el 15% por década, esta disminución supera incluso el 30% por década después de los 70 años6.

La disminución en la realización de actividad física relacionada con el proceso de envejecimiento en el sistema neuromuscular representa el eje central en el desarrollo de la sarcopenia y dinapenia. Es bien sabido que incluso periodos cortos de inactividad física, así como las hospitalizaciones, conducen a la atrofia muscular, que es, aproximadamente, 3 veces mayor en los individuos mayores en comparación con los individuos más jóvenes ante los mismos períodos de inmovilización. Las cadenas pesadas de miosina II son más propensas a la atrofia muscular que las cadenas pesadas de miosina I. La tasa de pérdida de tejido muscular no se localiza uniformemente en todas las regiones corporales del cuerpo humano, pues los grupos musculares del miembro inferior están mayormente afectados, por lo que el profesional del ejercicio deberá considerar esa cuestión entre otras en el diseño de programas de entrenamiento6. Además, la sarcopenia, se asocia con fragilidad, discapacidad y mortalidad. Sin embargo, es bien sabido que la dinapenia o la pérdida de fuerza muscular que acontece con el envejecimiento es un predictor más fuerte de fragilidad, discapacidad, hospitalización y mortalidad. Por lo tanto, la relación entre la disminución de la masa muscular y algunos resultados negativos puede estar mediada por la fuerza muscular7.

En 2004, la American Geriatric Society consensualmente definió la "fragilidad" como "un exceso de vulnerabilidad a los factores estresantes, con una capacidad reducida para mantener o recuperar la homeostasis después de un evento desestabilizador". La fragilidad resulta de una disminución en las reservas funcionales fisiológicas. Se asocia con mayores riesgos de discapacidad, institucionalización, hospitalización no planificada, caídasm con o sin trauma, y muerte prematura, así como precede a la discapacidad y sus consecuencias. Esta definición se basa en el trabajo de Fried y colaboradores que se publicó en 2001 y describió un fenotipo de fragilidad clínica que involucraba al menos 3 de los 5 criterios siguientes:

  • pérdida de peso involuntaria de al menos 5% durante el año anterior
  • agotamiento
  • bajos niveles de actividad física
  • reducción de la velocidad de la marcha
  • debilidad muscular

Al demostrar la independencia de este fenotipo con respecto a las comorbilidades y discapacidades, su trabajo marcó una ruptura con los conceptos de fragilidad anteriores. La ventaja de este concepto es su reversibilidad potencial, lo que confirma el interés de una intervención individualizada y supervisada. Por lo tanto, uno de los desafíos importantes para un envejecimiento saludable es la preservación de la autonomía e independencia funcional con pérdida reducida de fuerza y masa muscular resultado de los procesos de envejecimiento y la evitación de un estilo de vida sedentario. En este contexto, el entrenamiento neuromuscular constituye la herramienta más importante para contrarrestar esta problemática8.

Existe un creciente interés por que la actividad y el ejercicio físico confieran resultados de salud favorables a lo largo de la vida. Es aceptado que la actividad física se asocia con una mejora de la composición corporal, reducción del desarrollo de enfermedades coronarias, riesgo de diabetes mellitus tipo II, enfermedad de Alzheimer y otras enfermedades relacionadas como la demencia. Además, se ha relacionado sistemáticamente con la disminución de las tasas de mortalidad por todas las causas, la probabilidad de supervivencia tardía, buena funcionalidad y calidad de vida durante la edad avanzada, así como mejoras en el rendimiento cognitivo. Por el contrario, el comportamiento sedentario, definido como cualquier comportamiento de vigilia caracterizado por un gasto de energía menor o igual a 1.5 equivalentes metabólicos (MET) mientras está sentado o reclinado, se asocia con un perfil de biomarcadores desfavorable en el adulto mayor. De modo que el tiempo sedentario prolongado se asocia con mortalidad por todas las causas, incidencia y riesgo de muerte por enfermedades cardiovasculares, incidencia de diabetes tipo II y cáncer5.

En ese sentido, el ejercicio se ha caracterizado como uno de los principales enfoques no farmacológicos basado en la evidencia para la recuperación, el mantenimiento y la mejora de la condición física y mental, como recurso de mejora de la función cognitiva, memoria y atención en el adulto mayor. También, se ha observado una disminución del riesgo de limitación funcional y discapacidad en los ancianos que participan en actividades físicas regulares. Es por ello que los profesionales de la salud debemos aunar esfuerzos para promover comportamientos saludables en la población sana y con patología5.


Las personas con niveles más altos de actividad y aptitud fisiológica tienen un menor riesgo de mortalidad. El mantenimiento de un estilo de vida físicamente activo se asocia con una mejor salud en la vejez y la longevidad. Por ejemplo, en el caso de que ocurra una caída, las personas que realizan ejercicio físico con regularidad presentan menos probabilidades de sufrir una fractura ósea debido a que sus huesos son más fuertes y poseen un pico de densidad mineral ósea mayor. Iniciar un programa de ejercicio físico en la edad adulta se asocia con un envejecimiento saludable. Pero, incluso para aquellos individuos que han sido relativamente sedentarios hasta la adultez, nunca es demasiado tarde, porque comenzar a realizar ejercicio contribuye a mejoras significativas en la salud física y la función cognitiva. De hecho, las adaptaciones en el sistema neuromuscular se desarrollan rápidamente y son ampliamente independientes de la edad. Los aumentos en la fuerza máxima se pueden lograr con una dosis de ejercicio que implique bajo grado de esfuerzo y fatiga y cuya frecuencia de entrenamiento sea al menos de una sesión por semana, atendiendo a las necesidades y preferencias del individuo7.

Para preservar la calidad de vida en la última etapa del ciclo vital de una persona los dos factores más importantes son una buena nutrición y la adecuada realización de ejercicio físico, para poder evitar o retrasar la aparición de sarcopenia, dinapenia y todos los procesos degenerativos y/o patologías vistas anteriormente. Los adultos mayores son un grupo de la población vulnerable y algo descuidado, para el cual se tiende a asumir que muchas de las patologías que aparecen están asociadas al propio proceso natural de envejecimiento. Sin embargo, la ciencia y la práctica clínica han demostrado que un estilo de vida saludable que permita evitar la malnutrición, así como programas de entrenamiento cuyo objetivo es preservar la masa muscular en este grupo de la población muestran grandes mejoras en la movilidad y funcionalidad, incluso en aquellos individuos que han sido sedentarios durante la mayor parte de la vida. Por tanto, es necesario tener en cuenta estos conceptos y prestar una mayor atención a nuestros mayores, quienes necesitan una serie de cuidados adaptados y personalizados a su condición y estado de salud, pudiendo ayudarles a mejorar la calidad de esta última fase de la vida, dotándoles de una mayor independencia y capacidad.

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