Las Mentiras del Entrenamiento

Publicado 3 de junio de 2013, 14:28

Las Mentiras del Entrenamiento

Estoy pasando unos días en Reino Unido. Una de las ventajas de un país con tanta tradición es que te puedes encontrar con trozos de historia por el camino como en el caso de la foto. A Harvey se le considera el descubridor de la circulación pulmonar, aunque este mérito lo pueda compartir en parte con el español Miguel Servet. Cuestiones que ahora nos parecen obvias, como que la sangre es oxigenada en los pulmones y bombeada por el corazón para garantizar el aporte de nutrientes y oxígeno en el organismo a través de un complejo entramado de vasos fueron, en un tiempo no muy lejano, ignoradas e incluso después cuestionadas cuando fueron planteadas por primera vez. Ese fue el caso de Harvey, aunque peor le fue a Servet siendo el primero que describió en occidente la circulación pulmonar, pero desde un punto de vista religioso y en un libro de corte herético. Así le fue... Otra prueba más de por qué a los anglosajones les va mejor con su civilización.

Nada nuevo hay bajo el sol. La medicina se entremezcló durante siglos con lo divino y a nadie le extrañaba. Lo mismo ocurre -en mi opinión- con el entrenamiento deportivo en muchas ocasiones. Como fui cocinero antes que fraile, creo que sé de lo que estoy hablando. Me explico. Mientras en la medicina actualmente, ningún médico se sale de los protocolos de actuación elaborados y re-elaborados a partir de la evidencia científica; en cambio, muchos entrenadores frecuentemente se arriesgan, prueban cosas, y hasta creen que descubren nuevas recetas a partir de sus experiencias con atletas o grupos reducidos de atletas. La evidencia científica está ahí pero no son tantos los que la aceptan o incorporan del mismo modo que se hace ahora en la medicina, aunque es cierto que la cosa está cambiado para bien. Esto podría deberse a que, mientras un médico que se sale del protocolo de actuación puede ser inhabilitado, en el entrenamiento deportivo parece que en ocasiones el principio de autoridad está por encima del principio científico. Lo malo es cuando sí hay evidencia científica que puede orientar la práctica deportiva y aún se escuchan algunas voces que apelan a todos los años que llevan haciendo aquello y les ha funcionado. Mi pregunta en esos casos es muy simple: ¿cómo sabes que no lo podrías haber hecho aún mejor? De hecho, todos aceptamos normalmente que los atletas buenos son buenos a pesar de sus entrenadores. Nunca olvidaré, por ejemplo, el día que tuve que ayudar a un excelente triplista como Alfonso Palomanes durante su concurso en un campeonato de España universitario. Yo sería un necio si pensase que mis indicaciones de “un pie adelante y un pie atrás” iban a servir realmente de algo a un superdotado que es capaz de cambiar el ritmo en la carrera de aproximación cuando siente la inoportuna ráfaga de viento a unos metros de la tabla de batida... Tampoco podemos olvidar el excelente trabajo previo con su entrenador Mario González, por supuesto, que sabe conjugar su experiencia como ex-atleta con los conocimientos adquiridos durante su etapa universitaria. Es más, deben ser felicitados porque recientemente Alfonso ha batido un récord (16,06 m) de casi 40 años.

Pero en esta lógica hacia una mayor cientificidad del entrenamiento deportivo, considero que son muchos los conceptos tradicionales que deberían ser desterrados y, en cambio, siguen ahí a pesar de los años. Este fin de semana participé de un foro y Raúl Domínguez comentó en un momento de la discusión la resistencia al cambio que demuestran los -valga la redundancia- deportistas de resistencia. Estoy totalmente de acuerdo con él. De hecho, tengo varias anécdotas en ese sentido que son una consecuencia de realizar mi doctorado y entrenar a deportistas durante la misma época. Algunos con mayor fortuna que otros, por supuesto. Como tenía acceso a mucha información y, además mi tesis era con fondistas, era inevitable que aplicase todos aquellos conceptos en el entrenamiento de mis atletas. Uno de los aspectos más llamativos era que, basándome en el trabajo de Chtara et al. (2005), realizaba siempre el trabajo de fuerza al final de la sesión. Obviamente, este aspecto no pasaba desapercibido para los grupos de atletas vecinos que debían de pensar que estábamos locos como poco. El caso es que al aplicar ese y otros muchos conceptos basados en evidencia científica, pude comprobar cómo algunos de mis atletas lograban un determinado rendimiento con un volumen de entrenamiento significativamente menor que el que alcanzaban otros grupos de atletas del mismo nivel de rendimiento. Esto pudo deberse a una mejor sinergia de todos los contenidos del entrenamiento. Lo que no podría asignar en ningún caso, ya que no tenía grupo control para poder comprobarlo, es a cuáles de estas diferencias específicamente de nuestro entrenamiento se debían aquellas mejoras. Esto que yo acepto sin problemas por mi formación científica, es algo que difícilmente se percibe en el entrenamiento tradicional. Pero como dije antes, parece que las cosas van cambiando poco a poco, sobre todo viendo la cantidad de áreas (métodos de entrenamiento, recuperación, nutrición, puesta a punto, etc.) en las que la evidencia científica puede dar muchas soluciones a la práctica diaria del entrenamiento deportivo.


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