Las proteínas en las estrategias de pérdida de peso graso
Publicado 21 de septiembre de 2018, 8:48
Jorge Roig (septiembre 2018)
Los caminos históricos del tratamiento de la obesidad, analizados desde la alimentación, han sido frecuentemente los que se caracterizan por la reducción de las calorías consumidas diariamente. Infelizmente todo parece indicar que ir por ese sendero no ha sido la mejor propuesta, porque la obesidad en el mundo no para de crecer y asociada a ella van de su mano una buena cantidad de patologías como la diabetes, las cardiopatías y hasta ciertas formas de cáncer, entre varias otras.
Por razones que cuesta entender, las indicaciones siguen persistentemente detrás de la reducción de calorías para combatir el exceso de tejido graso, instalándose con estas decisiones un balance energético negativo en las personas, el que se asocia también a un dominante catabolismo proteico.
Respecto de lo anterior, varios trabajos han dado evidencia de la importancia del consumo de proteínas para proteger el deterioro muscular inevitable que producen las dietas hipocalóricas. Entre ellos, resulta de interés destacar el de Gordon y colegas, concretado con mujeres obesas post menopáusicas, mostrando que la pérdida de masa muscular era inversamente proporcional al consumo de proteínas. Así, y luego de 20 semanas de un protocolo de intervención, los autores registraron una pérdida de masa muscular 3 veces mayor en quienes consumían una alimentación con déficit proteico (Gordon MM, et al. Effects of dietary protein on the composition of weight loss in post-menopausal women. J Nutr Health Aging. 2008).
Una de las preocupaciones que han estado presentes en los científicos respecto de las proteínas, ha sido la cantidad que se consume cuando ello está asociado a una régimen alimentario energéticamente bajo. En este punto, las dietas definidas como hiperproteicas e hipoenergéticas que se realizan en forma prolongada, han evidenciado notables beneficios en cuanto a la mantención de la masa muscular. (Agus MS, et al. Dietary composition and physiologic adaptations to energy restriction. Am J Clin Nutr. 2000).
Al analizar lo anterior, surge relevante el observar que aquellas personas obesas, a las que normalmente se les indica pérdida del excedente graso, tienen un perfil más sarcopénico en razón de la obesidad misma que padecen. Y en este punto también entran los individuos adultos mayores con un cuerpo que muestra un exceso de tejido graso y un déficit de tejido muscular. Así visto entonces, no es de extrañar que las mejores estrategias de abordaje para ambas poblaciones sean similares.
Las estructuras de las dietas, valga decirlo, no pocas veces se definen por la porción de alimento, lo que podría llevar implícito a partir de ello que la ingesta proteica se torne insuficiente dado que los tamaños de las mismas son reducidas. Es de recordarse también que tradicionalmente la cantidad de proteínas a indicar se define como un porcentaje de la energía total a consumir, algo que también pone a la persona en riesgo de entrar en una situación hipoproteica con facilidad. Si hiciéramos un cálculo sencillo (y habitual!) para definir la carga de nutrientes, y si por caso la dieta fuera de 2000Kcal para una persona de 100kg de peso, muy probablemente se indique que un consumo proteico del 15% al 20% de esas kcal totales provengan de la fracción proteica. Así entonces, 300 a 400kcal serán dadas por las proteínas (15x2000/100 ó 20x2000/100), lo que representaría 75 gramos a 100 gramos de ese macronutriente. Debe recordarse acá que 1 gramo de proteínas aporta 4 kcal. Ahora bien, si se hace un cálculo de acuerdo a las proteínas a aportar considerando a estas por kilo de peso corporal de la persona (para el ejemplo, 100kg), y se indica la cantidad que al presente se sugiere (1,6g/kg de peso corporal), entonces lo que debería consumir dicha persona es en realidad de entre 120g y 160g, mucho más de lo calculado de la primera forma, pudiendo incluso hasta duplicar lo definido como porcentaje de calorías.
En razón a lo anterior, y tal como lo señalan Newman y colegas, es posible que la falla en mantener la ingesta total de proteínas durante la pérdida de peso lleve a provocar cambios negativos en la masa muscular, lo que puede aumentar el riesgo de discapacidad y mortalidad (Newman AB, Lee JS, Visser M, et al. Weight change and the conservation of lean mass in old age: the Health, Aging and Body Composition Study. Am J Clin Nutr. 2005). Y ello es fácil de entender si se repara en que la necesidad proteica, insisto en ello, está determinada por el tamaño corporal y la ingesta calórica. Así entonces, si la carga proteica se define como un porcentaje del consumo de energía, la cantidad total de proteínas a consumir puede volverse insuficiente a medida que disminuye la energía total. De allí a la pérdida de masa muscular es solo una cuestión de tiempo.
Cuando se analiza la carga proteica indicada durante muchísimos años por la OMS correspondiente a 0,8g/kg/PC/día, algunos trabajos muestran la insuficiencia de dicha sugerencia en cuanto al cálculo de proteínas y las consecuencias nada deseables de la misma. Para el caso, Leyman y su equipo muestran en un muy interesante trabajo que cuando se compara esta cantidad con una de casi el doble de 1,5g/kg/día y llevada a cabo sobre la base de una dieta hipocalórica, las implicancias sobre la pérdida de masa muscular es para tener en cuenta. Los referidos autores realizaron un trabajo en mujeres de entre 40 y 56 años de edad durante 10 semanas, evidenciando que la pérdida de masa muscular fue el doble en quienes consumieron menos proteínas (Layman DK, et al. Dietary protein and exercise have additive effects on body composition during weight loss in adult women. J Nutr. 2005).
Por lo hasta aquí expresado, es evidente que seguir restando calorías, aun en el contexto de un aporte proteico elevado, genera pérdida de masa muscular. Y también es válido advertir que la reducción de masa muscular se potencia fuertemente si además de disminuir el consumo calórico ello se asocia con una restringida carga proteica. Y esto último, ya sea por calcularla como un porcentaje de las calorías totales como por establecerla siguiendo una antigua e instalada cantidad propuesta por organizaciones internacionales como la OMS y varias de las instituciones académicas formadoras de profesionales en el ámbito de la Nutrición y las Ciencias Médicas.