​Masa muscular en piernas, un blanco para la leptina en la obesidad sarcopénica

Publicado 9 de julio de 2018, 11:03

​Masa muscular en piernas, un blanco para la leptina en la obesidad sarcopénica

Cuando la hormona potencia la pérdida de masa muscular y acaba engordando adipocitos.

Sobre la pérdida de masa muscular (MM) y su relación con el deterioro de la salud prácticamente no existen dudas. Gran cantidad de trabajos científicos se han expresado al respecto confirmando cómo la afectación general del organismo estrecha su vínculo con la reducción cuantitativa del referido tejido, el que alcanzada cierta magnitud de pérdida se torna una afección patológica denominada sarcopenia.

Conociéndose que la obesidad (OB) se vincula con la disminución del tejido muscular, diferentes investigadores han abordado esta problemática desde distintas ópticas, una de las cuales es la hormonal y, en concreto, estudiando a la leptina (LEP).

Para comenzar, es de interés recordar que la pérdida importante de la MM en las piernas conduce a deficiencias funcionales de gran impacto sobre la calidad de vida, entre las que se destacan la inestabilidad postural, la fragilidad y con ello la acentuación de las caídas, todo esto conducente a la disminución en la capacidad para la concreción de las denominadas Actividades de la Vida Diaria (AVD), culminando infelizmente con la pérdida de la independencia y finalmente la muerte (Visser M, et al. Leg muscle mass and composition in relation to lower extremity performance in men and women aged 70 to 79: the health, aging and body composition study. J Am Geriatr Soc. 2002).

La obesidad sarcopénica o sarco-obesidad (OS) es una combinación de dos trastornos que de alguna manera se retroalimentan negativamente, confluyendo quien la padece en un incremento de la acumulación de grasa corporal y en simultáneo a una mayor pérdida de masa muscular a medida pasa el tiempo. Así, en los sujetos con OS, es esperable la presencia de trastornos metabólicos y anormalidades funcionales como las mencionadas anteriormente, un mix nada deseable para quien los padece y que ha conducido a muchos científicos a poner la visión en los potenciales vínculos que pudieran existir entre el músculo y el tejido graso, en donde un “crosstalk” agresivo se establece durante años con resultados necesariamente deletéreos.

Es conocido que el tejido adiposo libera adipoquinas pro-inflamatorias, las que a nivel muscular pueden acabar generando un proceso que favorece el desarrollo de resistencia a la insulina (RI) en los músculos al afectar directamente la señalización de la hormona pancreática. Así por caso, el factor de necrosis tumoral α (TNFα), la interleucina-6 (IL-6), la LEP y la adiponectina (ADIP), tienen dicha capacidad. Lo mismo pueden hacer los ácidos grasos libres (AGL) y sus metabolitos en el músculo, contribuyendo por ello de la misma manera a desarrollar en las personas RI.

Analizando especialmente a la LEP, es conocido que ella se libera por los adipocitos y ejerce acciones sobre diferentes órganos, incluyendo al tejido muscular. De destacar aquí es que a este nivel estimula la lipólisis y la sensibilidad a la insulina (Dyck DJ. Adipokines as regulators of muscle metabolism and insulin sensitivity. Appl Physiol Nutr Metab. 2009). Sin embargo, hay evidencia que cuando se produce acumulación de grasa corporal, también se incrementa la salida de LEP, lo que acaba por afectar negativamente a sus propios receptores, algo que también se observa que produce la condición de RI, según señala Martin y colegas (Martin SS, et al. Leptin resistance: a possible interface of inflammation and metabolism in obesity-related cardiovascular disease. J Am Coll Cardiol. 2008).

Un hecho incontrastable es que el número de receptores de LEP puede reducirse junto con la masa muscular en pacientes con sarcopenia, esto debido a que la pérdida de músculo implica obligadamente la reducción de múltiples receptores hormonales, entre ellos los mencionados. Bajo esta situación es posible observar una mayor cantidad de LEP circulante en la intención de poder cumplir con la función hormonal respectiva. A dicha alteración se la conoce como resistencia a la LEP (RLEP), de formato fisiopatológico similar a la que tiene la RI y que se la aprecia como una condición de mayor relevancia negativa en quienes padecen OS respecto de quienes presentan solo obesidad (OB).

A pesar de las dudas que persisten sobre los mecanismos por los cuales la LEP podría vincularse en una asociación inversa con el tejido muscular y ello acabar en sarcopenia, hay algunos hechos para resaltar que bien pueden dar líneas de razonamiento para mejorar el análisis al respecto. Así por caso, se sabe que la LEP estimula la inflamación, tal como lo destaca Marín en el artículo antes mencionado, y también Sell y colegas (Sell H, et al. The adipocyte-myocyte axis in insulin resistance. Trends Endocrinol Metab. 2006). Además se ha documentado que los niveles séricos de LEP se correlacionan negativamente con los niveles de IGF-1 y de testosterona. Desde esta consideración, el principal factor anabólico proteico representado por el IGF-1 y la hormona sexual masculina, con idéntica función aunque menor protagonismo, se encuentran ambos deprimidos en situación de LEP elevada. Si además se acepta que la RI se presenta también cuando esta hormona está fuertemente liberada, se puede concluir que todos los mecanismos hormonales anabólico-proteicos principales representados por el IGF-1, la testosterona y la insulina están limitados en su acción, lo que impactará negativamente no solo sobre el anabolismo proteico sino también, y no menos negativo, sobre el descontrol del catabolismo proteico, el que estará acentuado en esta situación. De considerar además que en este cuadro, no pocas veces, el cortisol está en valores altos, con lo cual el camino a una acentuada pérdida de proteína muscular estará allanado y la sarcopenia en la obesidad se muestra entonces como una indeseable conquista en quien presente adipocitos en su crecimiento desmedido.

Dimensionar la gravedad de esta situación “contranatura” de la LEP parece no haber tenido aun el justo espacio de consideración desde las estrategias de la ejercitación corporal. Porque en la OS el sistema metabólico que atiende las grasas a nivel mitocondrial se haya afectado negativamente, y esto se observa agravado aun más en dichas poblaciones porque la síntesis proteica a nivel muscular también lo está. En este marco, ir por el adipocito para reducirlo a través del ejercicio tradicional (aeróbico) parece una utopía como decisión, porque de facto los AGL no serán debidamente incluidos en el sistema metabólico mitocondrial por la disfunción del mismo. Pero la condición antianabólica y catabólica proteica sí puede (y debe) ser debidamente atendida. En este punto, el entrenamiento de fuerza puede tener su espacio protagónico, ya que no solo podrá generar más síntesis proteica sarcomérica, también mayor fuerza y con ello una capacidad de trabajo superior. Y eso sí puede augurar finalmente una mejora del sistema metabólico mitocondrial por entrenamiento específico. Porque antes se habrán incrementado los receptores anabólicos, lo que favorecerá el desarrollo de dicho tejido así como de la fuerza y, todo ello, de la mejora sustancial de la capacidad de trabajo. En este marco, será finalmente posible, en una etapa posterior, empequeñecer los adipocitos y con ello controlar mejor la cantidad de LEP producida y liberada, dándole cabida entonces a la ejercitación donde las mitocondrias asuman su gran protagonismo en la resíntesis de ATP en presencia de oxígeno. Mientras tanto y hasta ese momento, falta músculo, hay sarco-dinapenia y ella no se recupera con “cardio”, no hay posibilidades, no hay hormonas anabólicas ni estimulación de fibras rápidas, que son las que se perdieron conduciendo a la sarco-dinapenia.