Ejercicio físico como herramienta preventiva para retrasar el Alzheimer: de la evidencia científica a la práctica clínica

Introducción

La enfermedad de Alzheimer (EA) es una patología neurodegenerativa progresiva que representa la causa más frecuente de demencia en el mundo, concentrando aproximadamente el 60–70 % de los casos (World Health Organization, 2023). Se caracteriza por un deterioro gradual de la memoria, las funciones ejecutivas y la capacidad para realizar actividades de la vida diaria, acompañado de cambios conductuales y afectivos que impactan tanto al paciente como a su entorno familiar.

Desde el punto de vista etiopatológico, la enfermedad se asocia principalmente con la acumulación anómala de péptido β-amiloide y proteína tau hiperfosforilada, procesos que desencadenan neuroinflamación, pérdida sináptica, disfunción mitocondrial y muerte neuronal (De Strooper y Karran, 2016; Serrano-Pozo et al., 2021). Estas alteraciones afectan de forma predominante las regiones temporales y del hipocampo, estructuras esenciales para la consolidación de la memoria y el aprendizaje.

En términos epidemiológicos, la Organización Mundial de la Salud estima que actualmente más de 55 millones de personas viven con algún tipo de demencia, y cada año se registran cerca de 10 millones de nuevos casos, cifras que podrían triplicarse para el año 2050 si no se intervienen los factores de riesgo modificables (World Health Organization, 2023). La mayor prevalencia se observa en mujeres y adultos mayores de 65 años, aunque la evidencia sugiere que los cambios neuropatológicos pueden iniciar décadas antes de la manifestación clínica (Jack et al., 2018).

Ante esta realidad, las estrategias de prevención primaria cobran relevancia. En los últimos años, el ejercicio físico (EF) ha emergido como una de las intervenciones más prometedoras para atenuar la progresión del deterioro cognitivo, al actuar sobre mecanismos vasculares, metabólicos y neurotróficos que favorecen la neuroplasticidad y la resiliencia cerebral (Livingston et al., 2024; Yau et al., 2025).

Resumen

La inactividad física es un factor de riesgo modificable de demencia. Guías internacionales y revisiones recientes sugieren que mayores niveles de actividad física (AF) se asocian con un menor riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer, y con un declive cognitivo más lento en adultos mayores, especialmente cuando existen biomarcadores tempranos como la acumulación de amiloide o proteína tau (World Health Organization, 2019; Livingston et al., 2024). Su impacto poblacional resulta considerable, lo que justifica la promoción del EF como estrategia de salud pública. Se propone un protocolo FITT-VP (150–300 min/sem de ejercicio cardiovascular, fuerza 2–3 veces por semana y equilibrio), con progresión segura y adaptaciones específicas para el deterioro cognitivo leve (DCL) y el Alzheimer leve.

Palabras clave: Alzheimer, demencia, actividad física, ejercicio físico, neuroplasticidad, DCL, envejecimiento activo.

La Organización Mundial de la Salud (2019) recomienda el EF regular como una intervención clave para reducir el riesgo de deterioro cognitivo y demencia, dentro de un enfoque integral de salud pública. En la misma línea, la Comisión Lancet sobre Demencia (Livingston et al., 2024) estima que aproximadamente el 45 % de los casos de demencia podrían prevenirse o retrasarse abordando catorce factores de riesgo modificables, entre ellos la inactividad física, la hipertensión, los trastornos auditivos, la depresión, los déficits visuales, el tabaquismo, la obesidad y el traumatismo craneoencefálico.

Una revisión y metaanálisis publicada en JAMA Network Open (Iso-Markku et al., 2024) identificó una relación consistente entre EF y menor deterioro cognitivo. Aunque la magnitud del efecto varía según el diseño metodológico y la forma en que se mide la actividad, los autores destacan que, a escala poblacional y a lo largo de los años, las tendencias son inequívocas: moverse más y con mejor calidad genera beneficios tangibles para la salud cerebral.

En adultos mayores sin demencia, pero con niveles elevados de amiloide, caminar más de 5.000 pasos diarios se asoció con un declive cognitivo y funcional más lento, así como con una menor progresión de los marcadores patológicos. Los beneficios fueron observables desde aproximadamente 3.000 pasos/día, con una meseta entre 5.000 y 7.500 pasos. Este estudio, parte del Harvard Aging Brain Study, representa un avance significativo al integrar mediciones longitudinales de actividad física, rendimiento cognitivo y neuroimagen (PET) (Yau et al., 2025, Nature Medicine). Los hallazgos, difundidos por Nature y el Financial Times, refuerzan la evidencia de que incluso incrementos modestos en el movimiento diario pueden tener un efecto protector sobre el cerebro que envejece, mientras que informes del Science Media Centre (2025) subrayan que dosis relativamente bajas (3.000–5.000 pasos diarios) podrían ser suficientes para obtener beneficios en personas con riesgo biológico.

Un metaanálisis de 2024 (Liu et al., 2024; Xiao et al., 2024, Frontiers in Aging Neuroscience; Frontiers in Public Health) demostró que los programas de EF producen mejoras significativas en las actividades de la vida diaria (AVD) de personas con Alzheimer. Los mayores beneficios se observaron en intervenciones multicomponente que combinan fuerza, equilibrio y movilidad, aplicadas en ciclos de 12–16 semanas, con sesiones de 30–45 minutos. El efecto global depende tanto del tipo de ejercicio como de la duración e intensidad, pero los resultados respaldan la inclusión del movimiento como parte esencial del tratamiento integral del Alzheimer.

A nivel fisiológico, el aumento del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) y la sinaptogénesis fortalecen la conectividad neuronal, mientras que la angiogénesis y el mayor flujo sanguíneo cerebral optimizan el aporte de oxígeno y nutrientes al sistema nervioso. A esto se suman mejoras cardiometabólicas (mayor sensibilidad a la insulina, control de la presión arterial y perfil lipídico saludable), junto con una reducción de la inflamación sistémica y una mejor calidad del sueño y del estado de ánimo (World Health Organization, 2019; Livingston et al., 2024). Estos mecanismos explican por qué los beneficios cognitivos y funcionales del ejercicio pueden manifestarse incluso cuando los tamaños de efecto en pruebas neuropsicológicas son moderados.

Prescripción del ejercicio según principios FITT-VP

La prescripción del ejercicio en personas mayores debe basarse en los principios FITT-VP (Frecuencia, Intensidad, Tipo, Tiempo, Volumen y Progresión), ajustando las cargas a las condiciones funcionales y clínicas de cada individuo (American College of Sports Medicine, 2021).

  • Ejercicio cardiovascular: 150–300 min/sem de intensidad moderada (RPE 5–6/10) o 75–150 min/sem vigorosa (RPE 7–8/10). Caminar a paso rápido constituye una opción accesible. Meta inicial: 3.000–5.000 pasos diarios, progresando hasta >7.000 pasos según tolerancia (World Health Organization, 2019).
  • Ejercicio de fuerza: 2–3 sesiones/sem, 6–10 ejercicios multiarticulares, 1–3 series de 6–12 repeticiones al 60–80% 1RM, ajustando la intensidad en casos de fragilidad.
  • Equilibrio y propiocepción: 3–5 días/sem (marcha en tándem, apoyo unipodal, Tai Chi, transferencias).
  • Movilidad y elasticidad: diaria, 5–10 minutos, centrada en zonas rígidas o limitadas.
  • Progresión: aumentar 5–10 % del volumen cada dos semanas; evitar la maniobra de Valsalva en hipertensos o cardiópatas.

Adaptaciones para DCL y Alzheimer leve

En DCL, los programas multicomponentes (cardiovascular, fuerza, equilibrio y tareas cognitivas duales) favorecen la neuroplasticidad y la autonomía funcional. La evidencia de Iso-Markku et al. (2024) en JAMA Network Open respalda sesiones de 30–45 minutos, 3–5 veces por semana, durante 12–24 semanas, con reevaluación funcional y cognitiva.

En Alzheimer leve, el objetivo es mantener la funcionalidad, la independencia y la marcha segura, previniendo caídas. Se recomiendan sesiones de 30–45 minutos, 3–4 veces por semana, priorizando fuerza en miembros inferiores, equilibrio y tareas funcionales con significado (subir escalones, levantarse, trasladar objetos). Los metaanálisis de Liu et al. (2024) confirman mejoras en la autonomía y en actividades de la vida diaria (AVD) cuando se combinan ejercicios de fuerza y equilibrio.

Estructura general y fundamentos del plan semanal (12 semanas)

El plan tipo “12 semanas” se apoya en tres pilares: las guías de la OMS (2019), el ACSM (2021) y la evidencia científica reciente (Iso-Markku et al., 2024; Liu et al., 2024). Dichos marcos establecen la necesidad de programas progresivos, individualizados y sostenibles.

Ejemplo de programa (≥150 min/sem + fuerza 2–3×):

  • Lunes: caminata rápida 25 min + fuerza (sentadilla a silla, press de pared, remo con banda) + equilibrio.
  • Martes: caminata o bicicleta intervalada 30 min + movilidad.
  • Miércoles: Tai Chi o circuito de fuerza con banda elástica.
  • Jueves: caminata social (3.000–5.000 pasos).
  • Viernes: fuerza de piernas (puente, elevación de talones) + equilibrio dinámico.
  • Sábado: baile o caminata recreativa.
  • Domingo: descanso activo.

Progresión: incrementar 500–1.000 pasos cada dos semanas hasta alcanzar 5.000–7.500 diarios; aumentar series hasta tres e incorporar cargas ligeras progresivamente (American College of Sports Medicine, 2021).

Antes de comenzar, debe realizarse un cribado clínico básico (presión arterial, glucemia, comorbilidades), iniciando con intensidades bajas a moderadas bajo supervisión profesional en casos de fragilidad, caídas previas o polifarmacia (American College of Sports Medicine, 2021). La práctica debe detenerse ante dolor torácico, disnea, vértigo o signos neurológicos agudos (World Health Organization, 2019).

El entorno debe ser seguro y predecible (rutas conocidas, buena iluminación, acompañamiento, instrucciones simples). El seguimiento puede incluir pasos promedio, pruebas funcionales (Chair Stand, TUG), registros de AVD (Barthel, Lawton), sueño, estado de ánimo y tamizaje cognitivo (MoCA/MMSE) (Liu et al., 2024).

A nivel comunitario, los grupos de caminata, la educación a cuidadores y las alianzas con municipios y centros de día han demostrado ser estrategias costo-efectivas de alto impacto poblacional (Livingston et al., 2024).

Estudios recientes de Nature Medicine (Yau et al., 2025) muestran que incluso iniciar EF en etapas tardías se asocia con un declive cognitivo más lento, destacando que los beneficios pueden observarse desde 3.000 pasos diarios, con efecto máximo entre 5.000 y 7.500 pasos.

Los hallazgos coinciden con Iso-Markku et al. (2024), quienes confirman que el EF regular es una estrategia esencial para preservar la función cognitiva y funcional durante el envejecimiento.

El EF no es una “vacuna” contra el Alzheimer, pero constituye una herramienta terapéutica preventiva, segura y de alto valor poblacional, respaldada por sólida evidencia científica. Su práctica regular, estructurada y adaptada a las capacidades individuales contribuye a retrasar la progresión del deterioro cognitivo, mantener la funcionalidad y mejorar la calidad de vida.

El ejercicio físico tiene un impacto multidimensional: estimula la neuroplasticidad, mejora la eficiencia cardiovascular y metabólica y promueve un equilibrio emocional estable. La progresión dosificada (combinando pasos, fuerza y equilibrio) optimiza la respuesta fisiológica sin comprometer la seguridad.

Finalmente, la implementación comunitaria de programas accesibles y supervisados potencia la adherencia y amplifica su efecto en la salud pública. En conjunto, la evidencia demuestra que la actividad física es una estrategia costo-efectiva, escalable y transformadora, capaz de redefinir la forma en que enfrentamos el envejecimiento cerebral y la prevención del Alzheimer.

M.Sc. Edward Calvo Porras
Especialista en Actividad Física y Entrenamiento Deportivo

Bibliografía utilizada:

American College of Sports Medicine. (2021). ACSM’s Guidelines for Exercise Testing and Prescription (11th ed.). Wolters Kluwer.

De Strooper, B., y Karran, E. (2016). The cellular phase of Alzheimer’s disease. Cell, 164(4), 603–615. https://doi.org/10.1016/j.cell.2015.12.056

Iso-Markku, P., Kujala, U. M., Knittle, K., Polet, J., & Rinne, J. O. (2024). Physical activity and cognitive decline among older adults: A systematic review and meta-analysis. JAMA Network Open, 7(4), e2414503. https://doi.org/10.1001/jamanetworkopen.2024.14503

Jack, C. R., Bennett, D. A., Blennow, K., Carrillo, M. C., Dunn, B., Haeberlein, S. B., Holtzman, D. M., Jagust, W., Jessen, F., Karlawish, J., Liu, E., Molinuevo, J. L., Montine, T., Phelps, C., Rankin, K. P., Rowe, C. C., Scheltens, P., Siemers, E., Snyder, H. M., y Sperling, R. (2018). NIA-AA Research Framework: Toward a biological definition of Alzheimer’s disease. Alzheimer’s & Dementia, 14(4), 535–562. https://doi.org/10.1016/j.jalz.2018.02.018

Livingston, G., Huntley, J., Sommerlad, A., Ames, D., Ballard, C., Banerjee, S., Brayne, C., Burns, A., Cohen-Mansfield, J., Cooper, C., Costafreda, S. G., Dias, A., Fox, N., Gitlin, L. N., Howard, R., Kales, H. C., Kivimäki, M., Larson, E. B., Ogunniyi, A., … Mukadam, N. (2024). Dementia prevention, intervention, and care: 2024 report of the Lancet Commission. The Lancet, 403(10392), 225–249. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(23)02626-6

Liu, C., Wang, Z., y Zhang, H. (2024). The effect of physical exercise intervention on the ability of daily living in patients with Alzheimer’s dementia: A meta-analysis. Frontiers in Aging Neuroscience, 16, 1391611. https://doi.org/10.3389/fnagi.2024.1391611

Serrano-Pozo, A., Frosch, M. P., Masliah, E., y Hyman, B. T. (2021). Neuropathological alterations in Alzheimer disease. Cold Spring Harbor Perspectives in Medicine, 11(1), a006189. https://doi.org/10.1101/cshperspect.a006189

World Health Organization. (2019). Guidelines on physical activity, sedentary behaviour and sleep: Evidence profile for risk reduction of cognitive decline and dementia. Geneva: WHO.

World Health Organization. (2023). Global status report on the public health response to dementia. Geneva: World Health Organization.

Xiao, J., Zhang, T., y Li, Y. (2024). Physical activity and cognitive performance in Alzheimer’s disease: A systematic review and meta-analysis. Frontiers in Public Health, 12, 1365829. https://doi.org/10.3389/fpubh.2024.1365829

Yau, W. Y. W., Becker, J. A., Rentz, D. M., Donovan, N. J., Schultz, A. P., Chhatwal, J. P., Marshall, G. A., Blacker, D.,y Sperling, R. A. (2025). Physical inactivity as a modifiable risk factor in preclinical Alzheimer’s disease: Findings from the Harvard Aging Brain Study. Nature Medicine, 31(8), 1455–1462. https://doi.org/10.1038/s41591-025-03947-2

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