Prof. Antonio Moreno Campos
Las enfermedades osteoarticulares representan actualmente uno de los principales problemas de salud afectando cada vez más a un grupo heterogéneo de población; vinculado al envejecimiento articular y a la práctica deportiva de competición, Ribas (1998) encontramos una serie de patologías que afectan principalmente a las articulaciones diartrosis y anfiartrosis, provocando afecciones degenerativas caracterizadas por lesiones cartilaginosas que también alcanzan a los huesos adyacentes y a otras partes blandas de la articulación provocando inflamación, deformación, aparición de osteocitos y dolor.
La artrosis es la enfermedad articular más frecuente, puede aparecer en cualquier articulación, pero sobre todo en los dedos de las manos, los del pulgar, las rodillas, las caderas, el 1º dedo del pie y la columna cervical y lumbar; se manifiesta, en general, por rigidez de las articulaciones al despertar, dolores o molestias al efectuar movimientos que imposibilitan acciones cotidianas y dificultan la práctica de actividades físico deportivas a las personas que la padecen.
El coste socioeconómico de la enfermedad osteoarticular es enorme, viene dado no sólo por el gasto en tratamiento sanitario en sí mismo sino porque en varios países constituye actualmente la primera causa de invalidez laboral 89%.
Tradicionalmente el tratamiento de la enfermedad se centraba en el uso de fármacos para hacer frente a los síntomas tales como analgésicos y antiinflamatorios además de recomendaciones de reposo o baja actividad física y laboral.
La década de los noventa incorpora nuevas perspectivas de tratamiento de la enfermedad osteoarticular, donde la actividad física aparece como opción de tratamiento y se lanzan al mercado una serie de productos relacionados con su posible tratamiento, por un lado el tradicional uso de analgésicos y antiinflamatorios no esteroideos (AINE) y por otro lado otro los originalmente llamados condroprotectores o SYSADOA (symtomatic slow action drugs for osteoarthritis)
En las últimas décadas son abundantes las investigaciones existentes sobre los condroprotectores donde evalúan su posible eficacia en el cartílago observando el estrechamiento articular medido por rayos X como variable de cambios estructurales en la articulación. Sin embargo, no está establecida la relación entre este parámetro radiológico y el dolor, la funcionalidad o la progresión de la enfermedad. Muchos de estos estudios cuestionan el uso de condroprotectores y los califican como ineficaces para el tratamiento de estas enfermedades, considerando las mejoras de sus consumidores como “estímulos placebos”; o “efectos sintomáticos transitorios”, sin embargo su prescripción médica tiene una tendencia creciente durante los últimos años , algunas encuestas actuales afirman que en torno al “15% de las personas diagnosticadas con enfermedad osteoarticular consumen alguno de estos productos” y el 48’8% de los pacientes que utilizan un condroprotector se siente “notablemente satisfecho” con el tratamiento, Psyma Ibérica (2013).
Algunos autores justifican la heterogeneidad de resultados obtenidos en estudios con condroprotectores en función de que los ensayos sean patrocinados por la industria o estudios independientes, además reconocen algunos errores metodológicos de interés como aleatorización incorrecta de los pacientes o ausencia de grupo control en la mayoría de investigaciones que obtienen resultados más favorables. Vlad (2007)
A pesar de esta falta de rigurosidad científica y de estudios contradictorios, encontramos una amplia oferta de productos en el mercado:
Glucosamina
La glucosamina es un aminosacárido producido naturalmente que desempeña un papel importante en la formación y reparación de cartílagos. Como suplemento se utiliza desde la década de 1980; se extrae de los cangrejos, las langostas o las conchas de camarones y se presenta en el mercado como sulfato de glucosamina e hidrocloruro de glucosamina. En algunos estudios realizados principalmente en Europa, algunas personas con enfermedad osteoarticular que tomaron glucosamina, evidenciaron cierto alivio del dolor y un mejor funcionamiento de la articulación. Sin embargo se cuestiona su uso como tratamiento de la enfermedad articular, en varias investigaciones no se encontraron mejoras significativas en los pacientes tratados Rianne (2008). La dosis utilizada en la mayoría de estudios clínicos es de 1.500 mg (miligramos) por día durante 6-8 semanas. Los efectos secundarios refieren la posibilidad de sufrir aumento de gas intestinal y deposiciones más blandas además de otros inconvenientes en el control de la glucemia.
Sulfato de Condroitina
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