Guillermo Peña
Juan Ramón Heredia
IICEFS
En la entrada anterior [pincha aquí] dimos argumentos y evidencias científicas convincentes a favor de la seguridad del entrenamiento de fuerza en edades tempranas, de forma que ningún entrenador, profesor o padre pudiera verse desalentado bajo la sospecha de infundados mitos o prejuicios. En esta ocasión queremos dar, también desde las más actuales evidencias, argumentos que justifiquen la necesidad de promover su práctica entre los niños y adolescentes por la eficacia demostrada para la mejora de su salud y rendimiento.
Todo junto, seguridad y eficacia, nos hará confirmar que no existe ninguna justificación razonable para contraindicar la práctica supervisada de entrenamientos de fuerza en edades tempranas, y sí razones de más para incluirla en los programas de acondicionamiento físico y salud de esta población. De modo que, el entrenamiento de fuerza a estas edades deberá contemplar y cubrir los siguientes objetivos: 1) favorecer un óptimo y equilibrado desarrollo músculo-esquelético de todo el cuerpo, 2) consolidar patrones técnicos correctos en variedad de ejercicios, y 3) promover e inculcar hábitos de ejercicio saludables y perdurables en la edad adulta.
Algunos de los efectos beneficiosos más constatados que a continuación exponemos pueden parecer tener mayor rentabilidad a corto y medio plazo para el desarrollo motriz o deportivo del joven, mientras que otros pueden tenerlo más a largo plazo para la salud del futuro adulto:
1. Prevención/reducción de la incidencia de lesiones inducidas por la práctica físico-deportiva. Al contrario de lo que se postulaba en el pasado, la incorporación o implementación de entrenamientos de fuerza correctamente prescritos y supervisados en programas de acondicionamiento físico multicomponente han mostrado poder reducir la incidencia de lesiones ocurridas durante la práctica deportiva en niños y adolescentes [1, 2, 3].
Al contrario, la inactividad física es por sí misma un factor de riesgo que predispone a la lesión durante la práctica física, hasta el punto que los adolescentes con sobrepeso/obesidad tienen más del doble de posibilidades de lesión que los homólogos con normopeso [4]. Aquellos programas de entrenamiento de la fuerza que se centran sobre los factores de riesgo de lesión asociados a las lesiones deportivas de los jóvenes (p.e.: desequilibrios musculares, bajo nivel de aptitud física neuromuscular inicial) tienen el potencial de reducir la incidencia de lesiones por sobrecarga hasta el 50% en niños y adolescentes [5]. Asimismo, la incorporación de programas específicos de acondicionamiento neuromuscular en jóvenes deportistas de 13 a 19 años ha mostrado, además de reducir la incidencia de lesiones, requerir menos tiempo para la recuperación tras la lesión que en los compañeros de equipo que no lo hicieron [3].
2. Mejoras de la fuerza muscular y de rendimiento en habilidades motoras. La literatura científica respecto a este aspecto es también firme, el entrenamiento de fuerza correctamente prescrito y supervisado tiene la capacidad de poder generar mejoras de rendimiento en habilidades motoras básicas (saltar, correr, lanzar) en edades infantiles y juveniles, lo que puede tener transferencia para mejorar indirectamente otras habilidades de tipo deportivo [6]. Los programas de entrenamiento más eficaces parecen ser aquellos con una duración mínima de 8 semanas [1, 2], y a ser posible deberán mantenerse a largo plazo para afianzar las adaptaciones conseguidas.
Durante la niñez y pre-pubescencia los mecanismos fisiológicos responsables y atribuibles a estas mejoras son principalmente de tipo neuronal [1], mientras que durante la adolescencia/pubertad los mecanismos explicativos asociados a tales incrementos de la fuerza pueden ser tanto de tipo neural como estructural, especialmente en varones, quienes experimentan un mayor incremento de hormonas anabólicas circulantes como la testosterona que estimulan el desarrollo muscular, y a partir de cuando empiezan a ser más evidentes las diferencias en valores absolutos de fuerza entre sexos [7]. Sin embargo, existe cierto debate que cuestiona la “imposibilidad” de que en fases tempranas pre-puberales se puedan conseguir incrementos de masa muscular con el entrenamiento apropiado, pese a que no haya un entorno hormonal teóricamente favorable para ello, ya que algunos estudios citados en algunas revisiones y meta-análisis han confirmado incrementos significativos de masa muscular tras entrenamientos de fuerza incluso en niños pre-púberes [8].
3. Mejora de la salud ósea. Las etapas clave que suponen una oportunidad para aumentar la densidad y contenido mineral óseo, y conseguir así un buen capital de reserva para el futuro son, precisamente, la niñez, la pre-adolescencia y la adolescencia [9]. Sabemos que la práctica regular en actividades físico-deportivas con soporte del peso corporal en general, y en entrenamientos de fuerza en particular, son potentes estímulos osteogénicos que pueden ayudar, junto a otras medidas nutricionales, a conseguir ese objetivo en esta fase etaria. Varios estudios han comprobado que la densidad y contenido mineral óseo de adolescentes halterófilos es mayor que la de controles de la misma edad [1]. Aunque es cierto que el pico de masa ósea alcanzado a esas edades dependa de numerosos factores (genética, sexo, nutrición, etc.), la participación regular en deportes y programas de fitness que incluyan ejercicios multiarticulares contra resistencias de moderada a alta intensidad, y ejercicios pliométricos de saltos, puede ayudar para maximizar el capital mineral óseo durante la infancia y adolescencia [1, 2]. Por el contrario, la no realización de ejercicios con alto estrés mecánico para las estructuras músculo-esqueléticas en esos periodos tan críticos para el completo desarrollo óseo puede predisponer a los sujetos a sufrir consecuencias negativas para su salud ósea a largo plazo [2], es decir, osteoporosis y fracturas.
4. Mejoras de la composición corporal y de la sensibilidad a la insulina en adolescentes obesos. Los niños y adolescentes actuales no son tan activos como debieran [1], y ante una sociedad cada vez más sedentaria y con unos índices de obesidad infantil crecientes cualquier intervención de ejercicio que muestre mejorar o prevenir el desarrollo de la obesidad y patologías asociadas (diabetes, hipertensión) debe ser incorporada. Si bien a los jóvenes con obesidad/sobrepeso siempre se les ha animado a que participasen en actividades de tipo aeróbico, el exceso de peso corporal dificulta el rendimiento en actividades físicas de soporte del peso como el jogging, y aumenta el riesgo de lesiones musculo-esqueléticas por sobreuso [3]. Es por ello que actualmente exista un cuerpo de conocimiento creciente que muestra resultados positivos en niños y adolescentes obesos o en riesgo de serlo sobre la mejora de su composición corporal (↓grasa corporal; ↑masa muscular) [10, 11, 12, 13] y/o la sensibilidad a la insulina [14, 15, 16, 17] tras la participación progresiva en programas de entrenamiento de fuerza, que al parecer además resultan agradables para este cohorte de población por no resultar tan exigentes aeróbicamente y proporcionar una oportunidad para mejorar su rendimiento físico a la par que para ganar autoconfianza [3].
En otro orden de argumentos, y aún a falta de seguir siendo constatados por más estudios bien diseñados, existen algunas pocas evidencias que sostienen beneficios distintos de los anteriores y que sin duda abrirán nuevas líneas de investigación en el futuro, como son la mejora del perfil lipídico en sangre en niños pre-pubescentes y adolescentes [18, 19] y los efectos positivos sobre el bienestar psicológico, estado de humor y auto-concepto [20, 21, 22].
Bibliografía.
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